jueves, 20 de septiembre de 2012

Betanzos de los Caballeros (I)

Antigua, pequeña, histórica y hermosa ciudad. Quien ya la conozca y la sienta puede disfrutar con la evocación de sus momentos, con la armonía de sus espacios y con las realidades estéticas y tradicionales. Quien la desconozca puede experimentar ahora el placer de adentrarse y descubrir una de las más bellas y especiales ciudades de Galicia.


“A Cidade dos Cabaleiros”, donde el pasado es riqueza histórica.
“Esta vieja y venerable urbe –la Brigantium del Itinerario de Antonino- es, en múltiples aspectos, el centro principal o cabeza de las Mariñas llamadas “dos Condes”, comarca ubérrima y extraordinariamente pintoresca, fertilizada por poéticos ríos –entre los que sobresale el Mandeo, famoso por sus jiras a los paradisíacos Caneiros- y enjoyada con una gran riqueza histórica, etnográfica y monumental, legítimo orgullo de naturales y admiración de extraños” (Francisco Vales Villamarín, “Bosquejo histórico de Betanzos de los Caballeros”).

He perdido la cuenta de las veces que visité esta  villa monumental, capital indiscutible de la comarca de las Mariñas, apiñada sobre una colina al fondo de la ría que toma su nombre y abrazada por los ríos Mendo y Mandeo. Han sido innumerables las ocasiones en las que deambulé por su núcleo urbano de angostas calles adoquinadas y entrecruzadas callejuelas empinadas de resonancias gremiales, en las que contemplé sus plazas llenas de belleza,  en las que admiré su notable arquitectura, en las que me empapé de infinidad de emociones en cada uno de sus rincones, o en las que me sumergí en el contexto de sus arraigadas fiestas marcadamente religiosas y populares. Todos estos elementos, físicos e intangibles de su pasado y de su presente, son motivos más que suficientes para conocer y disfrutar la vieja ciudad de Betanzos.
 
 
Mis añorados recorridos por diversas poblaciones y urbes gallegas -y de otras comunidades españolas-  me han enseñado que cada ciudad, cada pueblo o cada aldea es el producto de unas circunstancias propias que le otorgan una personalidad diferente a la de otras poblaciones. Betanzos es, evidentemente, una de esas villas con un componente cultural e histórico, y con un gusto marcadamente costumbrista, que la hace ser distinta.

Para algunos historiadores, en esta pequeña villa se había establecido la antigua Brigantium, citada en el Itinerario romano de Antonino. Según la historia fundacional, el núcleo primitivo de Betanzos surgió en el extremo del Puente Viejo, situado extramuros, concretamente en la parroquia de San Martiño de Tiobre, también conocido con el nombre de “Betanzos Vello”. Es aquí, al otro lado del río Mandeo, donde se ubica el vetusto puerto de la ciudad, y un importante punto de comunicaciones. Por ahí pasa el camino inglés que, procedente de Ferrol, se dirige hacia Santiago.
 
 
Nacida como burgo a comienzos del siglo XIII, por motivos estratégicos, el rey Alfonso IX le otorgará el emplazamiento actual, en lo alto de la colina, sobre el castro de Unctia, produciéndose el consiguiente traslado de la población desde “Betanzos o Vello”, hasta el nuevo asentamiento. A partir de aquí, se fue extendiendo el caserío y desarrollando la villa, gracias al impulso del comercio de la madera, de los cereales, del vino y de la sal y a la gran importancia de su puerto durante los tiempos medievales, lo que provocó varios conflictos con su vecino coruñés.

La historia de Betanzos estuvo marcada por el destacado linaje de los Andrade, tanto en acontecimientos favorables como en momentos violentos. El rey Enrique IV le otorgó la categoría de ciudad como reconocimiento por la lealtad demostrada ante los conflictos ocasionados por la nobleza durante el siglo XIV. Más tarde, entre los siglos XV y XVI, la villa logró su mayor esplendor, hasta el punto de que las más destacadas familias gallegas se establecieron en ella. De ahí procede su denominación como “Cidade dos Cabaleiros”.
A raíz de la división provincial ordenada por los Reyes Católicos, Betanzos fue nombrada, en el XVI, capital de la provincia de una de las siete del Antiguo Reino de Galicia. Mantuvo esa capitalidad hasta que se realizó la nueva división provincial actual en el siglo XIX.

Estuvo defendida por una muralla, construida durante la época de los Reyes Católicos, pero de la que se ha conservado muy poco. Llegó a tener cuatro puertas  y un postigo que, aún durante el siglo XIX, seguían cerrándose. De esas cuatro puertas, han llegado tres hasta nuestros días: la Puerta Vieja, la Nueva y la del Cristo que se abre hacia el antiguo barrio de marineros y pescadores. Es reseñable que hasta la década de los años 60 del siglo XIX, se hayan mantenido fielatos o alcabalas, cuya función, junto a las puertas de las murallas, o en los puentes, era la de cobrar la contribución por el paso de las mercancías al interior de la ciudad.
 
 
 
Con el transcurrir de los siglos, la villa ensanchará estas puertas, sobrepasando la muralla que la ciñe, y se irá extendiendo en espacios, parroquias, en núcleos urbanos y rurales, en barrios -intramuros unos y extramuros otros-, como el de las Cascas, el de San Francisco, el de la Magdalena, el popular y viejo barrio de pescadores y marineros de la Ribera, cerca del puerto que, al perderse la navegabilidad de la ría, por los aportes fluviales del Mendo y el Mandeo, ha perdido, también, poco a poco, ese carácter que lo definía. En dirección sur, entre fértiles huertas y viñedos, se sitúan los barrios de agricultores de la Cruz Verde, el de la Fuente de Unta o la Cañota. Y es que Betanzos nunca ha perdido el carácter de villa labriega, productora de magníficos frutos hortícolas y de su popular vino que se cultiva desde la época de los romanos. Ha sabido aprovechar las especiales condiciones microclimáticas para elaborar un vino que se puede degustar en sus variadas bodegas y ancestrales tascas que siguen colocando, muchas de ellas, el tradicional ramo de laurel en la puerta, indicador de que ahí se vende la afrutada bebida artesanal de cosecha propia.

La Plaza del Campo, donde el espacio es vida.
Pero el centro social de Betanzos lo preside el amplio espacio del “Campo de la Feria”, fuera de la antigua muralla, un punto adecuado para comenzar el recorrido por esta cautivadora ciudad. Es el lugar donde se celebraba ese tradicional evento de carácter ganadero y agrícola. La Puerta de la Villa, ya desaparecida, era el elemento que comunicaba este centro mercantil con la ciudad.
 
 
A partir de la Edad Moderna, el denominado Campo de la Feria se fue convirtiendo en un ámbito más noble en donde se construyeron bellas viviendas con soportales y galerías para las clases sociales acomodadas, así como destacados edificios públicos. Y es que al pasear por Betanzos, no sólo nos sumergimos en remotas épocas medievales, sino que también nos trasladamos a otros tiempos más cercanos, con construcciones que van desde el estilo renacentista hasta el modernismo.


Así, en la misma plaza, junto a la desaparecida capilla de San Roque, se levanta el convento de Santo Domingo –uno de los edificios más emblemáticos de Betanzos-, cuya iglesia guarda la imagen de aquel santo. De estilo Renacentista-Barroco, esta iglesia y convento, además de albergar la Biblioteca Municipal, se ha convertido en el Museo de las Mariñas, un centro multidisciplinar que nació con el objetivo de dar a conocer la historia, el arte y la antropología de la cultura brigantina y de su comarca, y que alberga piezas arqueológicas, una colección pictórica, además de secciones sobre historia, antropología, etnografía, junto con una exposición dedicada al traje regional gallego.
También en esta plaza se sitúan el Colegio de Huérfanas y el Hospital de San Antonio de Padua, construido este último para atender a peregrinos y enfermos de la villa y que hoy acoge la sede del Juzgado.
 
 
Pero el edificio más relevante de esta emblemática plaza es el Archivo del Reino de Galicia. Fue mandado edificar por Carlos III, en el siglo XVIII, para albergar toda la documentación del Reino. Se trata de un majestuoso y amplio edificio neoclásico, de cantería, con planta rectangular, de dos alturas, siete naves abovedadas y con una escalera exterior ante su puerta de entrada. También es conocido con el nombre de “Edificio Liceo”, por haber sido sede de esa sociedad. Su presencia dotará de mayor grandiosidad, si cabe, a todo este entorno.
 
 
A pesar de que estas solemnes construcciones fueron destinadas a asumir funciones concretas, la mayoría de ellas han estado marcadas por una profunda desorganización y un caos, especialmente el Edificio del Archivo. Desde su conclusión, esta majestuosa obra arquitectónica ha sido objeto de una discutida polémica; pues una Real Cédula ordenaba que el archivo continuase en A Coruña. Despojado del fin para el que fue levantado, se decidió que semejante construcción tenía que ser aprovechada para cubrir otro tipo de necesidades.
El historiador Martínez Santiso dejó expresado el devenir de esta arquitectura con las siguientes palabras: “Acaso este edificio sea el único fabricado en España expresamente para archivo; pero por una de tantas aberraciones y anomalías que en nuestra patria suceden, sirvió para todo menos para el objeto a que fue destinado; sirvió de cárcel, cuartel, de almacén, de caballerizas, de oficina, de escuela de primeras letras, de lugar de recreo, de habitaciones particulares, de hospital provisional, de granero y de alhóndiga, de local de espectáculos y hasta en él hubo instaladas tabernas; más nunca llegó ni aún a intentarse la traslación del archivo a tal edificio.”
Esta diversidad funcional, ha hecho que el Edificio del Archivo, durante sus más de 200 años de vida, haya pasado por diferentes fases y formas culturales de ser entendido y utilizado. Actualmente, esta espléndida construcción se usa para el desarrollo de diversas actividades, albergando salas de exposiciones y un auditorio, además de acoger algunas de las dependencias municipales. Pero lo que sí está claro es que su función originaria ha pervivido en su nombre, pues se le sigue llamando el Edificio Archivo.
 
Con todas estas simbólicas obras arquitectónicas, la plaza se transforma en un ámbito trascendental de encuentro social, artesanal, religioso, comercial, administrativo y sanitario de la villa.

A partir de mediados del XIX, se plantean proyectos estéticos, de pavimentación y de ordenación. Entre ellos, destaca la fuente de Diana cazadora del siglo XIX -de estilo versallesco y que es una copia de la Diana del Louvre-; la construcción del palco de la música, en donde los fines de semana, la orquesta interpretaba sus melodías, deleitando con sus notas a las parejas de bailarines y a los paseantes; o la colocación de la estatua de los hermanos Naveira, los indianos benefactores de esta villa que le ha dado otra denominación más a la plaza: “la Plaza de los Hermanos García Naveira”.
 
 
 
Con éstas y otras transformaciones, la también llamada Plaza del Campo sigue siendo, hoy en día, el centro neurálgico de Betanzos, un espacio bullicioso de convivencia social, festiva y cultural. De ella parten, también, los típicos callejones de la villa en los que, a lo largo de los años, se han establecido sus populares mesones con solera. Los soportales, en donde antiguamente se establecieron diversos artesanos, sirven, hoy en día para acoger las concurridas terrazas de hostelería desde las que podemos observar este magnífico espacio abierto, rebosante de vitalidad, lugar de encuentro e importante centro comercial.

La Plaza de la Constitución, donde duerme el alma de la ciudad.
Desde la plaza de los hermanos García Naveira, nos adentramos en el casco histórico de la villa.

La primera parada es la antigua Plaza del Castro que, después de varios cambios en su denominación, a lo largo de estos últimos años, ha terminado por llamarse Plaza de la Constitución. Situada en lo alto de la colina, en ella se erigen construcciones nobiliarias como los pazos de Lanzós, el de Bendaña, de estilo gótico; el edificio de estilo modernista de los Núñez, en donde se estableció la primera banca y casa comercial de la ciudad, hoy convertida en el Centro Internacional de la Estampa Contemporánea -centro artístico que goza de prestigio internacional-; la Iglesia de Santiago que, aunque su primitiva construcción es del siglo XI, la mayor parte de este templo pertenece a los siglos XV y XVI. A pesar de que a comienzos del XX, su fachada mayor fue sometida a una reconstrucción en la que se elevaron las dos torres que hoy contemplamos, esta obra ha sabido conservar sus rasgos góticos, un bello pórtico con arquivoltas, dedicado al apóstol, y el retablo renacentista de Cornelis de Holanda en la Capilla del Arcediano, además de sepulcros medievales y de la torre municipal del reloj que se anexionó en el siglo XVI.
También aquí se sitúa el edificio neoclásico dieciochesco del Ayuntamiento, realizado en cantería.
                                                         Pazo de Bendaña

Pazo de Lanzós
 
Centro Internacional de la Estampa
                                                   Interior del Centro Internacional de la Estampa
 
                                                   Iglesia de Santiago
 
Desde esta plaza se organiza gran parte del conjunto espacial urbano por medio de un entramado de calles estrechas que descienden hacia el resto de la vieja ciudad; todo un apacible remanso arquitectónico de solitarias callejuelas flanquedas, la mayoría, por pintorescas casas con sus galerías y coloridos balcones de madera o con algún que otro pazo, como el neoclásico de Taboada.

El Campo de la Feria y el casco viejo de la villa betanceira, conectados ambos por calles comerciales, forman dos espacios de contraste dentro de este conjunto urbano irrepetible.

La Plaza de Fernán Pérez de Andrade, donde el silencio es arte.
Aunque a Betanzos le ha tocado sufrir alguna importante pérdida en sus monumentos, por suerte, ha podido y ha sabido conservar espléndidas obras de arte religioso como el Santuario barroco de las Angustias, el de Nosa Señora do Camiño, o la iglesia de las Agustinas Recolectas.
                                                          Iglesia de las Agustinas Recolectas
 
Pero dentro de este importante patrimonio cultural, considero como el rincón con más encanto de la villa la plaza de Fernán Pérez de Andrade, “o Bo”, formada por dos joyas arquitectónicas que comparten protagonismo, como son la Iglesia de San Francisco, de una espectacular belleza –pienso que se trata de uno de los templos más interesantes e importantes de Galicia- y la de Santa María do Azougue. Los dos edificios, declarados BIC (Bien de Interés Cultural), son de obligada visita para cualquier viajero, curioso o visitante que se dirija hasta Betanzos.
En esta plaza se conjuga  a la perfección el arte religioso de ambas obras medievales con la arquitectura popular de las viviendas de coloridos balcones de madera que se asoman a ella y en los que es fácil contemplar unas amarillas mazorcas de maíz puestas a secar o la ropa blanca tendida al sol.
 
 
La iglesia conventual de San Francisco, del siglo XIV -aunque el monasterio fue fundado en el siglo XIII y llegó a acoger un centro de estudios humanísticos y teológicos-, ha sido reconocida como la mejor muestra gallega de gótico mendicante franciscano. De hecho, es Monumento Nacional.
 
Erigido por Fernán Pérez  de Andrade, este luminoso templo albergaría sus restos y los de algunos miembros de su linaje. En la actualidad, el célebre sepulcro de Fernán Pérez lo podemos admirar a los pies de la iglesia. Se trata de uno de los monumentos funerarios exentos, de estilo gótico, que más fascinación me ha producido siempre. Francisco Vales Villamarín, el gran intelectual e historiador de Betanzos y de su comarca, se refiere a él con las siguientes palabras: “El sepulcro del primer señor de los estados de Andrade pertenece al último cuarto del siglo XIV y es, en opinión del eminente arqueólogo y académico Don José María Luengo(…), uno de los monumentos funerarios más bellos que produjo el arte gótico en España. (…). La creación es verdaderamente original, y de ella se han ocupado con encendido elogio, en diversas publicaciones, nacionales y extranjeras, muchos de los que tuvieron ocasión de conocerla”.
 
 
Esta magnífica obra se levanta sobre las figuras de un oso y un jabalí, los dos animales simbólicos del linaje de los Andrade. Sus relieves hacen alusión a la afición que por la cacería tenía Fernán Pérez, cuya estatua yacente representa al caballero vestido con la armadura. Pero no sólo el sepulcro merece una visita a este templo de nave única y con espléndidos ventanales apuntados. Los tímpanos de sus puertas, el arco triunfal central y sus capillas son elementos que también justifican su atención.

La otra iglesia parroquial, la de Santa Mª do Azougue, originalmente románica, responde, igualmente, al estilo gótico de entre los siglos XIV y XV. Debe su nombre al mercado o zoco que tenía lugar en su atrio. Conserva, en su interior, los restos de un retablo hispano-flamenco que representa los misterios de la vida de Cristo y de la Virgen. En su exterior, además del hermoso rosetón y de un sencillo campanario en un lateral, destacan sus portadas en las que se representan los temas de la Anunciación y la Adoración.
 
 
Hasta aquí este primer recorrido por la histórica y pequeña ciudad de Betanzos. Pero Betanzos tiene más arquitecturas para visitar, más itinerarios para disfrutar y más cultura por conocer. Pero eso será en la siguiente entrega….

martes, 4 de septiembre de 2012

Los faros del norte de Galicia, destellos entre rías (IV)

Los destellos de A Costa da Morte.
Finalizo este extenso reportaje sobre los faros del norte de Galicia con el último recorrido desde las islas Sisargas hasta las Lobeiras, todo un hermoso itinerario por la atractiva y agreste Costa da Morte de Galicia.

Dejo atrás la ciudad de A Coruña para adentrarme, pues, en la magnífica belleza salvaje de A Costa da Morte.

Frente al litoral de Malpica, emerge del mar el archipiélago que algunos autores han identificado como las legendarias islas “Caesáricas”, conocidas como Sisargas. Concretamente, sobre la isla Grande se erige el faro de Sisargas, de mediados del siglo XIX. La leyenda cuenta que en estos islotes existió un templo consagrado a Hércules y altares dedicados al emperador César Augusto. Pero no se han descubierto restos arqueológicos que confirmen su veracidad. La única huella del hombre, en este bello paraje natural, es la luz del faro. Se trata de un sencillo edificio de planta rectangular con una torre de cantería adosada, de base cuadrada, y que responde a las pautas constructivas decimonónicas. Las duras condiciones climatológicas deterioraron el recinto, debiendo restaurarlo, en parte, en los años 70 del siglo XX. La abundante niebla que, en ocasiones, cubre este tramo de costa fue motivo suficiente para instalar también una sirena. Aunque el dispositivo ya ha dejado de funcionar, todavía se conserva lo que se denomina como la “Casa de la Sirena”, además de un pequeño helipuerto para mejorar las condiciones de traslado de los últimos fareros que residieron en la isla hasta el año 2000. Una visita a este archipiélago nos permitirá disfrutar de uno de los hábitats marítimos más interesantes de Galicia y lugar ornitológico de importancia.

 
 
No queda muy lejos Punta Nariga, en la parroquia malpicana de Mens, uno de los enclaves más salvajes de A Costa da Morte, desde donde podemos apreciar unas privilegiadas vistas de las islas Sisargas. Aquí, el solemne silencio sólo es roto por el batir de las olas contra los acantilados.
 
En este pedregoso cabo, de inmensos roquedos trabajados por la erosión que ha dado lugar a fantasiosas y curiosas formas, se levanta el esbelto faro de Nariga, referente de modernidad,  obra del arquitecto pontevedrés César Portela y que entró en funcionamiento en el año 1998. Este emblema monumental de la arquitectura farera actual y que rompe con el estilo unificador y despersonalizado de la época anterior, se edificó, junto con la otra torre ya mencionada de A Frouxeira, a partir del Plan de Señales Marítimas aprobado en 1985.
 
 
El edificio, que se integra perfectamente en el paisaje, está estructurado en tres cuerpos muy bien definidos: su torre de fuste cilíndrico y liso -para ofrecer menos resistencia al viento- realizada con bloques curvos de granito rosa de Porriño y que termina en una linterna colocada sobre montantes de acero y bronce, toda ella acristalada. Este fuste se erige majestuoso en la primera plataforma triangular -un mirador al que todo visitante puede acceder para contemplar un extraordinario paraje salvaje y marítimo- levantado, a su vez, sobre el cuerpo principal realizado con sillería gris de Mondariz que alberga el almacén, las instalaciones del faro y otras dependencias.  Bajo esta plataforma, se sitúa otro basamento, también triangular, en mampostería ciclópea, con uno de sus vértices dirigido hacia el océano y que, si se observa desde el mar, recuerda la proa de un barco intentando abrirse entre las rocas para alcanzar las aguas atlánticas. En ese vértice, además, se colocó la escultura de bronce de una figura fantástica del artista Manuel Coia, a modo de mascarón de un barco. Su clásico pero atractivo diseño, la alegoría simbólica que sugieren la torre representando lo estático y la proa de su plataforma aludiendo a lo dinámico, sus adecuadas soluciones constructivas y arquitectónicas, su proyección que abarca tradición y modernidad y su total integración en este impresionante paisaje, batido por el viento, lo han hecho merecedor del Premio Dragados y Construcciones de Arquitectura en 1996 que cada año lo otorga la Fundación Confederación Española de Organizaciones Empresariales.
 
 
Al igual que sucede en la punta lucense de Roncadoira, también la escabrosa y batida punta de Roncudo en Corme -siguiente parada por esta accidentada Costa da Morte- ha sabido mantener su topónimo aludiendo, posiblemente, al sucesivo bramido del mar y a la fiereza de sus aguas bravas. Las blancas cruces que se disponen por los roquedos de este agreste enclave son testimonios que nos hablan de la lucha por la vida. Y ha sido en este salvaje paraje, salpicado de rocas agujereadas por el viento, en donde, a comienzos del siglo XX, se tomó la decisión de instalar una señal luminosa, un faro sencillo, de forma cilíndrica cubierto en su exterior con plaqueta cerámica, con un sistema de alumbrado permanente y ya automatizado.
 
 
 
También en la ría de Corme, pero en su parte meridional, concretamente en la península de Ínsua,  al norte de la villa de Laxe, se proyectó, al mismo tiempo, la construcción de otro faro, el de Laxe, de reducidas dimensiones, réplica exacta del anterior. Su edificación vino motivada por la peligrosidad que suponían las temidas restingas y los bajos rocosos de esta ría, los fuertes temporales invernales, las nieblas, las corrientes marinas de la zona y el gran número de naufragios producidos en sus aguas.
 
 
Al cruzar la acogedora villa de Camariñas y atravesando el alto da Vela, llego hasta uno de los tramos más temidos de A Costa da Morte, pero también uno de los más hermosos: el cabo Vilán.
 
Aquí domina un auténtico paraíso salvaje de gran valor y es aquí también en donde, mecido por el viento, se erige el inconfundible y elegante faro decimonónico de Vilán, en toda su grandeza y espectacularidad.
 
Su historia ha estado marcada por destacadas circunstancias y vicisitudes constructivas. En el momento de planificar la edificación de esta torre, de primera categoría, hubo que enfrentarse al áspero y complicado relieve de esa península marítima constituida por varios promontorios rocosos -el principal de todos ellos llamado “Villano de Tierra”- y por un pequeño islote -denominado “Villano de Afuera”-. Descartada la posibilidad de ubicar el faro en ese islote, se estudia hacerlo en el “Villano de Tierra”. Después de barajar varios emplazamientos, se opta por construirlo sobre una meseta alejada de la punta del cabo, de fácil acceso y con bastante piedra de cantería en sus alrededores. Ha sido el ahorro de costes económicos lo que empujó al levantamiento de la torre en ese punto, sabiendo, incluso, que el pico más alto del cabo ocultaría la proyección de la luz hacia el norte; aunque se esperaba solucionar este inconveniente dinamitando la parte elevada del promontorio. La escasez de presupuestos conllevó que esta demolición se realizase en diversas fases y que la inauguración de la torre se atrasase. Una vez agotados todos los reales, y ante el gran volumen y dureza que ofrecía la roca, hubo que abandonar este desmonte sin poder eliminar el promontorio que obstaculizaba la visión de la luz y que, precisamente, señalaba la zona más peligrosa para los navegantes. Al mismo tiempo, la construcción del propio faro sufrió graves contratiempos originados por la mala calidad de la piedra del entorno -empleada para su edificación- y por las precarias condiciones de los trabajadores.
 
 
En el año 1854, el faro de Vilán entra en funcionamiento a pesar del serio problema  producido por la ocultación de sus destellos hacia el norte. Ante este inconveniente, se estudió la posibilidad de construir un nuevo faro en la plataforma que se formó tras los intentos de demolición de la peña rocosa del cabo, destruyendo el anterior para aprovechar sus materiales en la edificación de la nueva torre. Pero la lenta burocracia fue demorando el proyecto. Mientras tanto, se seguían produciendo desastres marítimos en estas peligrosas aguas, como el naufragio del buque inglés Serpent en el año 1890 que se dirigía a Sierra Leona. Sólo tres tripulantes se salvaron de un total de 175. Sus cuerpos recuperados fueron enterrados en la denominada explanada de Porto do Trigo. Aunque esos restos ya no descansan ahí, hoy todavía se conoce ese lugar de enterramiento como “O cemiterio dos ingleses”. Hasta hace poco se encontraba abandonado y olvidado; pero al cumplirse el centenario del naufragio, fue recuperado y convertido en una pequeña y simbólica necrópolis rectangular, en recuerdo no sólo de las víctimas de aquel mítico desastre, sino de todos y cada uno de los naufragios ocurridos por A Costa da Morte.
 
 
 
Finalmente, se toma la decisión de reactivar el proyecto de construcción de una nueva luz, planificando una torre de sillería de granito, de sección octogonal, de cinco plantas, y rematada en una cornisa voladiza sobre estilizadas ménsulas. En su parte este, se abre una hilera de cinco ventanas rectangulares. La falta de espacio en la base del nuevo faro ocasionó que las dependencias que albergarían las viviendas de los fareros se levantasen en el desnivel inmediato a esta pequeña meseta en la que se ubica la torre. Por ello, para poder comunicar ese edificio de servicios con la torre, se ideó la construcción de unas escaleras de subida en el interior de un túnel.
 
 
Este emblemático faro –el primero de luz eléctrica en España- se convirtió en aquella época en uno de los más potentes y de mayor alcance dentro del territorio peninsular y también europeo. Actualmente, se ha establecido en el recinto de torreros un  museo dedicado a los faros, a la conservación de sus elementos ópticos y eléctricos, a la historia de los naufragios y a las medidas de seguridad marítima.

 
Llego a Muxía. Me dirijo a la punta da Barca, un lugar de insólita belleza y en medio de una zona rocosa junto al borde del mar. Ahí, entre piedras santas, milagrosas y curativas, se erige el santuario marino de A Virxen da Barca. Muy cerca del templo, se levanta el faro de Muxía, una pequeña torre cilíndrica de hormigón, cuya función es la de iluminar la entrada de la ría de Camariñas.
 
 
 
En el caso de disfrutar de un día despejado, al fondo podremos vislumbrar el cabo Vilán.  Desde aquí es obligada la visita a la punta de Touriñán, situada en uno de los parajes occidentales más agrestes de A Costa da Morte, una salvaje e inhóspita lengua de tierra de unos dos kilómetros de largo, sin apenas vegetación y rodeada de rocas y espuma. Naturaleza abrupta en estado puro, todo un regalo para los sentidos.
 
 
Tratándose de una zona frecuentada por buques y teniendo en cuenta la peligrosidad de estas aguas y la cantidad de naufragios que se producían, se tomó la decisión de construir un faro de cuarto orden, que responde al modelo tradicional de arquitectura farera del siglo XIX, un edificio sencillo de planta rectangular con su linterna en el centro. En los años 80 del siglo XX, se realizó una reforma importante en esta obra para mejorar sus prestaciones, en proporción al riesgo que presenta este tramo litoral para la navegación. Se decidió construir otra torre, esta vez cilíndrica y de hormigón, con un diseño totalmente impersonal, cercana al primer edificio.
 
 
Continuando mi periplo por estos bravos parajes de A Costa da Morte, llego al fin del mundo romano: Fisterra. Visitar Fisterra, donde conviven arenosas y amplias playas junto con agrestes costas, requiere su tiempo. Después de caminar por las calles de esta villa, de visitar su puerto y los restos de su castillo sobre el mar, además de sus edificios religiosos, lo mejor es  dirigirse hasta el faro para conocer cómo era este Finis Terrae romano.
 
 
La carretera que conduce hasta la torre, una de las más visitadas de Galicia, sube por la parte occidental del monte Facho. El cabo de Fisterra, el lugar mágico en donde el cielo, la tierra y las aguas se confunden, siempre ha estado asociado a mitos, leyendas y antiguos relatos, como el que narra que fue en este peligroso promontorio, de paredes verticales que se precipitan hacia el mar, y ante la espectacular visión del sol sumergiéndose en las profundas aguas del Atlántico, en donde los romanos levantaron un altar dedicado a este astro y que se llamaba el Ara Solis.
De lo que no cabe duda es que esta temida punta ha sido uno de los principales referentes para los navegantes que se dirigían desde el Mediterráneo hasta el Atlántico, y para los buques procedentes de América. También la llegada hasta este paraje, por tierra, de una gran cantidad de peregrinos -como meta final del camino de Santiago, bien para visitar el Santo Cristo de Fisterra, o bien para quemar sus ropas, como símbolo de purificación de sus penas, mientras contemplaban el horizonte y la inmensidad del océano- le otorgó fama a este punto peninsular.
 
 
Es probable que, desde tiempos medievales y hasta el siglo XVIII, sobre el cabo se encendiesen fuegos, para guiar a los marineros. Estos fachos serían alimentados por solitarios ermitaños que vivían en pequeños santuarios construidos en las inmediaciones de este Finis Terrae. También existe la posibilidad de que aquellos fuegos se empleasen como avisos defensivos, advirtiendo a los lugareños de la llegada de naves enemigas.
Ya en el siglo XIX, y teniendo en consideración el importante papel que desempeña este promontorio, como referente para la navegación, se tomó la decisión de levantar un faro de primer orden que cumpliría en estas costas gallegas un relevante papel. El autor del proyecto fue el ingeniero Félix Uhagón que planificó una robusta torre de sillería de tipo troncopiramidal y de sección octogonal, situada en el patio de un sencillo edificio rectangular, muy similar a los faros construidos en aquellos mismos años como el de Vilán o el de Estaca de Bares. Su diseño nos recuerda la solidez de una arquitectura militar.
 
 
 
El faro de Fisterra fue el segundo faro gallego en alumbrarse tras el de Estaca de Bares. A finales del siglo XIX, se efectúan reformas en el edificio de los torreros, levantando una segunda planta con nuevas dependencias para el personal.
De nuevo, la automatización de la luz y los grandes avances en la navegación han sido los causantes del abandono de una gran parte del espacio destinado a vivienda de los fareros. Pero los trabajos de rehabilitación -realizados en los últimos años- han convertido este recinto en un centro cultural destinado a auditorio y exposiciones.
 
 
También en Fisterra se instaló una estación semafórica. La relevancia del enclave fue decisivo para emplazar el primer semáforo de Galicia, edificado por el Ministerio de Marina. Igual que el levantado posteriormente en Estaca de Bares, el semáforo de Fisterra tenía cuatro cuerpos. A su alrededor se proyectó una explanada con forma de cruz latina. El mástil semafórico se situaba sobre un pequeño montículo que se identificó como aquel Ara Solis de la Antigüedad. Con el desarrollo de los sistemas radiotelegráficos, la construcción cayó en desuso. En el año 2000, fue rehabilitado por el arquitecto César Portela para transformarlo en un establecimiento de hostelería que invita, a cualquier visitante que se acerque por este remoto confín, a disfrutar del abrumador paisaje atlántico.

El faro de Cee, de quinto orden -ubicado a la entrada de la ría de Corcubión y desde donde aprecio una preciosa estampa del monte Pindo, además de la ensenada del Ézaro y las pequeñas islas Lobeiras- y la torre emplazada, precisamente, en la isla Lobeira Grande del mencionado archipiélago completan una ruta imprescindible para el descubrimiento de los faros del norte de Galicia y de A Costa da Morte. La posición estratégica que ocupa esa isla en la ría de Corcubión ha sido el factor decisivo que impulsó el levantamiento de esta nueva luz que, junto con la de Cee, facilita la navegación por el interior de la ría evitando los peligrosos escollos que salpican sus aguas. En este islote rocoso, con forma de plataforma trapezoidal, y muy cerca de las ruinas de una fábrica de salazón que nunca llegó a funcionar, se yergue esta corpulenta y maciza torre troncopiramidal de sillería y de sección octogonal, contigua a la fachada posterior del edificio auxiliar para los torreros. El recinto está constituido por tres cuerpos rectangulares que nacen de un basamento superpuesto al relieve de la isla. Desde el mar, nos recuerda una fortaleza dominando el islote que ha sido declarado espacio natural protegido por el Ayuntamiento de Corcubión.


 
Faro de Cee

 
Faro de Cee

 
 
Illas Lobeiras

Faro de Illas Lobeiras

Faro de Illas Lobeiras

 
Un patrimonio marítimo como símbolo de identidad.
Tanto los bienes materiales marítimos como los inmateriales constituyen las señas culturales e identificativas de las sociedades marineras. Los faros -esos altivos vigilantes que se mantienen ahí, encendiéndose noche tras noche y diseñando itinerarios silenciosos de luz a través del océano- nos hablan de intercambios comerciales, de conflictos bélicos, de arquitectura, de etapas económicas, de historias particulares, del solitario y duro oficio del farero -hoy casi desaparecido-, de paisajes únicos, de oscuras leyendas que se han forjado en torno a los numerosos naufragios…. En definitiva, estas elevadas luces encaramadas sobre paisajes inolvidables son los signos de identidad que nos narran una manera de vivir.

    “Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
                                       oigo sus oscuras imprecaciones,
                                        contemplo sus blancas caricias;
                                        y erguido desde cuna vigilante
                  soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
                               por quienes vivo, aun cuando no los vea;…..
                                                                            
                                                            Luis Cernuda,  Soliloquio del farero”