lunes, 28 de mayo de 2012

El deterioro de nuestro patrimonio arquitectónico

Hace tiempo que me rondaba por la cabeza la idea de realizar una breve reseña sobre la deplorable situación en la que se encuentran -o pueden llegar a encontrarse- muchas de nuestras arquitecturas, especialmente dentro de la comunidad autónoma que mejor conozco: Galicia.
Fue precisamente la lectura de un reportaje sobre el estado de dejadez de muchos monumentos gallegos, hace algo más de un mes en un periódico regional, lo que me animó a plasmar, también, mi preocupación sobre el devenir del patrimonio artístico y cultural que, en definitiva, es nuestra historia, nuestra memoria y nuestras señas de identidad.
Edificios y viviendas de algunos de nuestros cascos históricos, iglesias, castros, monasterios,… muchos de ellos declarados Bien de Interés Cultural (BIC), han sido abandonados por la administración y se dirigen hacia un futuro incierto cuando ya no están sufriendo las consecuencias de esa lamentable desidia.

Parece que la falta de mantenimiento ha provocado que la maleza campe a sus anchas por los tejados y cubiertas del monasterio de Santa María de Sobrado dos Monxes, en tierras de Melide. Aunque de origen medieval, tras las reformas realizadas allá por los siglos XVI y XVII, este convento, declarado Monumento Histórico Artístico Nacional, es una de las más importantes manifestaciones del barroco gallego.

También la carencia de interés, por parte de la administración y de los propietarios, ha provocado que el barrio marinero de Ferrol Vello haya entrado en un proceso de grave languidez. Sus callejuelas, sus antiguas viviendas -entre ellas la casa del prestigioso escritor ferrolano Carballo Calero (al que, de una vez por todas, deberían dedicarle el “Día das Letras Galegas”)-, sus plazas y especiales rincones han entrado en una fase de menoscabo y de ruina de la que será muy difícil recuperarse. Ni siquiera la declaración de este conjunto como Bien de Interés Cultural, hace algo más de un año, ha servido para frenar su progresiva degeneración. Como peculiaridad, este tradicional barrio ha visto nacer y también morir negocios dedicados al antiguo y tan desdeñado oficio de la lujuria. Recuerdo haber visto, hace más de veinte años, en uno de mis recorridos por este casco viejo, apostadas a las puertas de diversos clubs y bares que, por aquel entonces, salpicaban esas callejas, a las trabajadoras de esta milenaria ocupación a la espera de que algún cliente reclamase sus deseados servicios. Hoy en día, han desaparecido casi todos esos viejos locales de alterne. Creo que sobreviven uno o dos. Tras la jubilación, ausencia o traslado de todas esas meretrices, junto con sus decrépitos negocios, y  tras el cierre definitivo de muchos de aquellos locales,  considero que el viejo barrio marinero de Ferrol es una zona ideal no sólo para establecer en él la vivienda familiar, sino para poner en marcha toda una serie de establecimientos hosteleros a lo largo de sus estrechas calles y que, estoy segura, ayudarían a dinamizar esta zona tan degradada junto al pequeño puerto ferrolano.



Otro importantísimo conjunto arquitectónico que ha sufrido, últimamente, actos de vandalismo y de deterioro es el legendario y mítico castro de Baroña. Se trata de un yacimiento costero y peninsular en el municipio de Porto do Son, ubicado en un paraje inigualable de belleza natural y dentro de la península de Barbanza. Parece que ese conjunto, declarado también Bien de Interés Cultural, será restaurado este año. Espero que esta intención no se limite sólo a la firma de autorizaciones, permisos y demás trámites burocráticos, dentro de los despachos, para ser olvidados, seguidamente, en el fondo de un cajón, sino que confío que ésta y otras obras necesarias para el mantenimiento de nuestro patrimonio histórico y artístico se pongan en marcha con verdadera efectividad y voluntad y sean, en un futuro cercano, una realidad.





También me he enterado por la prensa que en la magnífica iglesia de San Salvador de Lourenzá –otro importante referente barroco gallego-, en la pequeña población de Vilanova de Lourenzá, al lado mismo de Mondoñedo, un trozo de arco y la parte de un capitel se desprendieron de su fachada hace unas semanas.
















Me duele que hechos de este tipo se produzcan casi todos los días en cualquier punto de nuestra geografía, provocados, en más de una ocasión, por la negligencia de las administraciones. Y me duele todavía más que el dinero que se podía haber destinado al cuidado de todos esos monumentos o cascos históricos de Galicia (de mayor o menor interés, pero que no por ello dejan de formar parte de nuestra memoria histórica y colectiva) se haya “invertido” en la construcción de la “Cidade da Cultura”, el famoso Gaiás, un conjunto de grandes edificios al que, hasta ahora, no se le ha encontrado finalidad ni destino. Recuerdo que hace algo más de diez años, durante mi participación en unas jornadas sobre patrimonio cultural en Santiago de Compostela, el proyecto del Gaiás fue el tema central de uno de aquellos días. Por aquel entonces, esta ingente obra ya estaba en marcha, aunque no se había puesto, aún, la primera piedra. En aquella ocasión, los asistentes a las conferencias (historiadores del arte, arquitectos, gestores del patrimonio cultural, entre otros especialistas) tuvimos la posibilidad de ver y escuchar a Peter Eisenman, el arquitecto-autor de esta polémica construcción. Durante su conferencia estuvo apoyado por otros ponentes, políticos, promotores y  supuestamente expertos conocedores de este desconcertante proyecto. Alguien, entre los allí asistentes, le formuló a aquel grupo de conferenciantes la controvertida cuestión sobre el fin de semejante obra faraónica. Ninguno de aquellos expertos profesionales, ni siquiera Peter Eisenman, supo responderla con concreción ni con corrección, quedándome con la impresión de que esa enorme y extraña creación era todavía un castillo en el aire sin fundamento alguno, como todavía lo sigue siendo, varios años después, y tras casi finalizada su edificación.





Todos conocemos la difícil situación económica que está sufriendo España. Sabemos que en estos tiempos de purga y de penitencia  (expresión utilizada por mi admirado Arturo Pérez Reverte en uno de sus artículos de la revista XL Semanal y que yo, descaradamente, me tomo la libertad de utilizar), las partidas económicas destinadas a la conservación y mantenimiento de nuestras magníficas obras artísticas también se han visto gravemente reducidas por los temerosos recortes. Quizá, como así se expone en aquel reportaje periodístico que leí hace ya unas cuantas semanas, la solución esté en el establecimiento de nuevos modelos financieros que ayuden a asegurar unas mínimas tareas de conservación en nuestros monumentos. Puede que la alternativa más acertada, a falta de disposiciones cautelares y medidas de urgencia, sean las aportaciones económicas de empresas y fundaciones que ayudarían a la realización de las intervenciones necesarias para el mantenimiento y la rehabilitación de muchos de nuestros monumentos.
Y es que una adecuada gestión y puesta en valor de nuestro patrimonio cultural, a través de verdaderos proyectos sostenibles,  no sólo  asegurará la protección de ese nuestro patrimonio cultural, sino que también será una fuente de riqueza y de empleo para el país.
Como bien dice Juan M. Monterroso -actual decano de Historia de la Universidad de Santiago de Compostela y uno de mis antiguos profesores de la Facultad de Humanidades de Ferrol del que guardo, además, excelentes recuerdos- en su interesante artículo periodístico “Recetas en tiempos de crisis”: “…cada elemento de nuestro patrimonio que se deteriora o se pierde es un fragmento de nuestra memoria colectiva que puede ser que no lleguemos a recuperar”.
Ahí queda esta breve reseña sobre el deplorable estado de abandono que sufren muchas de nuestras arquitecturas. A todas ellas se les puede añadir la situación de otros legados artísticos e históricos -ahora mismo me viene a la memoria la extraña desaparición del Códice Calixtino, por falta de medidas de seguridad-. Da igual su elevado o bajo interés, da igual que se trate de una solemne catedral o de una humilde y pequeña ermita, da igual que sea cualquier alpendre, cualquier hórreo, cualquier otra construcción adjetiva del medio rural o las viviendas del casco histórico de cualquier ciudad, da igual que sea un castro, un palacio o un castillo….; todos ellos forman parte de nuestra identidad colectiva. Invito, pues, a los pocos lectores que, por ahora, leen y visitan este blog, aporten aquí sus comentarios, denuncias y dejen constancia del estado de abandono en el que se encuentra una parte de nuestro patrimonio cultural, sea en Galicia, en España o en cualquier otro país.

martes, 22 de mayo de 2012

Pontedeume, la legendaria villa de los Andrade (IV)

Sobre vinos y fogones.
Con esta cuarta entrega doy por terminado el recorrido por la villa de los Andrade. El siguiente texto de Juan Eslava Galán me sirve como introducción para iniciar un suculento paseo de índole gastronómica y festiva por Ponte de Ume.

Se come estupendamente, a la gallega, en las tabernas y establecimientos de la ría. Aquí el viajero, mientras traían el pulpo humeante, rastrillaba con la firme corteza del pan la mantequilla perlada de suero y aspirando aromas de la cocina se llevaba el manjar golosamente a la boca”. (“Mil sitios que ver en España al menos una vez en la vida", Juan  Eslava Galán).

No sólo recuerdo este breve texto de Juan Eslava Galán sobre la gastronomía de esta localidad, sino que también se han asomado al  balcón de mi memoria las palabras escritas por Ramón Loureiro en un artículo periodístico dedicado a la villa de los Andrade y que decía algo así como que “las calles (se refería a las de Pontedeume), como en muchos de los lugares que llevamos dentro, huelen a café y a churros recién hechos…” Y, en verdad, que los primeros recuerdos aromáticos que conservo de este pueblo son los procedentes de un pequeño negocio, a la entrada de la villa, muy próximo al muelle y al que mis padres me llevaban a tomar un exquisito chocolate acompañado, precisamente, de unos deliciosos churros.

Pero para referirme al arte gastronómico, debo remitirme, obligatoriamente, a las “Cantinas do Eume”. Unas cuantas se sitúan en la ruta que se dirige hacia Caaveiro. Se trata de una red ejemplar de negocios hosteleros y de restauración -algunos de ellos se encontraban en una fase decadente- que renovaron y reciclaron, con gran estilo, tanto sus instalaciones como la elaboración de sus guisos y de sus habilidades culinarias. Es destacable la acertada iniciativa para convertir unos viejos negocios de hostelería en estas modernas y acogedoras cantinas, en donde degustar una oferta gastronómica apetitosa y tradicional.





Ya que Pontedeume es una villa para descubrirla mientras se recorre su sencillo entramado urbano salpicado de negocios y de bares, recomiendo realizar visitas gastronómicas y enológicas por los diversos establecimientos dedicados a este tipo de servicio, degustando una variada gama de platos propios y de calidad. Muchos son locales de toda la vida, mesones típicos con fuerte olor a vino y que, aún, conservan esa solera y ese encanto de antaño; tabernas abarrotadas hacia el mediodía, buen momento para paladear unos caldos que deleitarán nuestro ánimo y para saborear desde unas exquisitas tripas cocidas, hasta una ración de marisco de nuestras rías, pasando por unos sencillos, pero suculentos, platos de zorza o de raxo; o bien conocer el sabor complejo de la costrada, algo parecido a una superposición de varias capas de una masa especial entre las que se intercala el relleno realizado con diversos tipos de carnes, marisco o pescados. Se dice que la costrada fue introducida, allá por la Edad Media, por los monjes agustinos que venían de Italia. Y para los más golosos, no puede faltar una excelente repostería de apetitosos dulces como los almendrados, la proia -realizada con manteca-, la tarta de huevo, el manguito -bizcocho redondo con almendra-, o los melindres.




Y si es sábado el día elegido para acercarse hasta la villa de los Andrade, la degustación de la oferta gastronómica se complementará con un recorrido por su Feirón, todo un apogeo de tenderetes. Aunque hace unos años que no acudo a este famoso evento que anima la villa todas las tardes de los sábados, conservo en mi retina el colorido de los variados puestos de venta que se desparraman por las angostas calles, plazas y soportales: vendedores de quesos, verduras, de ropa, artesanos,…. Guardo la algarabía de sonidos y de regateos mercantiles que se confunden entre mil y una conversaciones, y de los olores a frutas, hortalizas, empanadas, y embutidos que flotan entre el bullicio de sus callejuelas. Es difícil abandonar la villa sin adquirir alguno de esos productos en este mercado que tiene sus orígenes en la concesión que Enrique IV hizo a Ponte de Ume en el siglo XV para, así, poder celebrarlo.


Una dinamización turística y cultural.
Al igual que otras villas gallegas, desgraciadamente, Pontedeume se encuentra inmerso en una etapa de incertidumbre, quizá hasta haya penetrado en una temerosa cuenta atrás. Considerando que los edificios sobreviven a los hombres que los levantaron, la impresión que nos llevamos de las construcciones civiles y religiosas de este pueblo es la de que han sido abandonadas, entrando ya en una evolución encaminada al deterioro. Esta villa atlántica necesita unos cambios  que deberían buscar la mejora de su imagen. Muchas de las viviendas de su casco viejo, especialmente de la zona próxima a la iglesia de Santiago, están deshabitadas, abandonadas; en definitiva, han entrado en una fase decadente, de ruina y de aberraciones y reclaman una restauración y reforma de su estructura y de su entorno para poder salir de esta precaria situación. Espero que el Plan Especial de Protección y Rehabilitación Integral (PEPRI), sobre el que creo que ya se está trabajando, fije las normas urbanísticas para la recuperación del casco viejo de la villa de los Andrade, villa que ha sido declarada por su relevancia histórica como Bien de Interés Cultural (BIC). Se buscará la reinterpretación de los usos y de las funciones de sus espacios, combinando una adecuada rehabilitación con una moderna renovación, impulsando, al mismo tiempo, la recuperación de su patrimonio arquitectónico, urbano, artístico y cultural, logrando que el casco antiguo vuelva a llenarse de vida. 
Por otro lado, algunas de sus calles y plazas mantienen el encanto antiguo con elegantes edificios nobiliarios que sí han podido conservar la estructura arquitectónica y que, todavía, nos transmiten el embeleso de tiempos pasados.



En definitiva, estas ricas tierras del Eume y sus alrededores son magníficos ejemplos de una riqueza artística y cultural dentro de un espacio con un alto valor paisajístico y natural que no dejará indiferente a nadie.

No debo olvidar sus fiestas y concurridas romerías ya que son otra adecuada excusa para acercarse hasta aquí: fiestas como la de las Peras, que se celebra del 7 al 11 de septiembre en honor a San Nicolás de Tolentiño y la Virgen de las Virtudes y en la que se realiza la subida por el Eume en pequeñas embarcaciones; o la romería de Breamo que tiene lugar dos veces al año -el 8 de mayo y el 29 de septiembre- junto al templo de San Miguel de Breamo y que, una vez allí, además de contemplar la espectacular vista a la ría, la tradición nos dice que hay que dar nueve vueltas a la capilla, en el más absoluto silencio, para ahuyentar a las “meigas”.
Verdaderamente, Ponte de Ume se puede convertir en una inagotable fuente de recursos turísticos si se sabe administrar y  mimar correctamente. Dentro de toda esta oferta turística y cultural, es de obligada mención la celebración de un acontecimiento festivo que, desde hace dos años, tiene lugar en el primer fin de semana del mes de julio. Se trata del “Feirón Medieval dos Andrade”. Durante tres días, la villa retrocede al esplendor del siglo XIV.



Invito, pues, a toda persona que así lo desee, a realizar un tranquilo recorrido por esta apacible comarca gallega. Sólo impongo una condición: la de dejarse seducir por su encanto para, así, introducirse, casi de lleno, en la época quizá más importante de Ponte de Ume, la que le otorgó las señas de identidad que hoy tiene: la época medieval de la saga familiar de los Andrade.


sábado, 19 de mayo de 2012

Pontedeume, la legendaria villa de los Andrade (III)

El  Eume y sus fragas.
No sólo el casco antiguo de Pontedeume es una buena excusa para acercarse a conocer la comarca del Eume. Las playas próximas como las de Ber, la de Miño y la de Perbes y sus parajes naturales se han convertido en puntos de obligado interés que complementan la visita a esta población costera. También la conocida como playa de Cabanas o de A Magdalena y su pinar, en el vecino municipio de Cabanas, y a la que se puede acceder caminando, tranquilamente, por el famoso puente, desde la villa eumesa, es otro lugar turístico dentro de la oferta que conforma los recursos naturales más destacados de la zona.


Pero no cabe duda alguna que el tesoro más importante de la comarca es el parque natural de las “fragas do Eume”, destino obligado para todo visitante. Cuenta con un centro de interpretación donde recabar información sobre este entorno privilegiado, uno de los parajes más relevantes en Galicia, no sólo por su riqueza biológica y por la variedad de sus ecosistemas, sino también por su singular belleza paisajística, y por ser uno de los bosques atlánticos de gran pureza mejor conservados en España. A pesar de  que las fragas nos ofrecen un conjunto de rutas a realizar, el camino más frecuentado es la estrechísima carretera que nos permite seguir el curso del río a lo largo de un delicioso paseo. Puentes colgantes, antiguos molinos rehabilitados, una senda estrecha al otro lado del curso fluvial; en definitiva, espacios de suma belleza son los componentes de uno de los parajes más hermosos con los que cuenta Galicia.



Y dentro de esta magnífica explosión de la naturaleza, se erigen los no menos magníficos monasterios de San Xoan de Caaveiro y de Santa María de Monfero que, desafiando el paso del tiempo, se fusionan con este paisaje de una manera totalmente inseparable.



En el mismo corazón de este bosque primigenio, en un elevado promontorio rodeado por las aguas del Sesín y del Eume, y dentro de una paz envolvente alterada sólo por el sonido de las nítidas aguas, se levanta, altiva, la fascinante silueta del recóndito monasterio de Caaveiro, perteneciente al municipio de A Capela. Todo un símbolo para estas fragas que parecen protegerlo o quizá engullirlo. Se trata de una relevante obra arquitectónica de origen benedictino, declarada monumento histórico-artístico y que, según su historia, fue San Rosendo, el patriarca de la iglesia gallega y reformador del monacato, allá por el siglo X, el encargado de fundarlo, reuniendo anacoretas que se dedicaban a hacer vida penitente por los alrededores. A partir de los siglos XII y XIII, este cenobio, que pasó a pertenecer a la orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, se benefició de las donaciones concedidas por los reyes castellanos que ayudaron a ampliar sus riquezas. Personalmente, lo considero uno de los conjuntos monacales más bellos del norte de la península.

De los restos y dependencias que se conservan, destaca la pequeña iglesia románica de Santa Isabel con su ábside semicircular y que, cara al exterior, se divide en tramos con columnas adosadas y con ventanas de doble arquivolta, así como la portada, también con doble arquivolta de medio punto, con la representación del Agnus Dei en el tímpano. Resalta, igualmente, el elegante campanario de estilo barroco, obra de Clemente Sarela.



Gracias a los laboriosos trabajos de restauración integral y de rehabilitación realizados por la Diputación de A Coruña, hoy sabemos que estas magníficas piedras se conservarán en pie durante mucho tiempo para el disfrute de las generaciones posteriores, sin abandonar el resplandor de misterio y de magia que siempre las han caracterizado. La excelente intervención ha abarcado la rehabilitación de las diversas dependencias, así como el camino de subida hasta el cenobio. No cabe duda de que Caaveiro es una magnífica muestra de cómo una arquitectura que evolucionó, continuamente, a lo largo de los tiempos, posee, todavía, la capacidad de integrarse perfectamente en el entorno en el que surgió, en un perfecto diálogo con el paisaje que lo abraza.

 Pero Caaveiro no es el único cenobio que se puede visitar. En el vecino municipio de Monfero, entre los valles de los ríos Lambre y Eume, se erige el majestuoso e impactante monasterio cisterciense de Santa María de Monfero, muy relacionado con los Andrade, ya que custodia los restos de una gran parte de esta familia que tan influyente fue en el devenir de Ponte de Ume. Parece que también fue fundado por San Rosendo en el siglo X, teniendo su origen en una ermita. Aunque otra teoría mantiene que este ostentoso monasterio nació de la unión del santuario de San Marcos con el de Nuestra Señora de la Cela. Tragedias, asesinatos, o la furia de los elementos naturales han marcado la historia de las piedras milenarias de este viejo recinto monacal conocido, también, por la riqueza de los códices que en él se realizaban y por las técnicas artísticas de sus escribanos.

De aquella fábrica medieval, sólo queda uno de los muros laterales del templo. Hoy en día, podemos admirar la reconstrucción de la iglesia de estilo barroco realizada en el siglo XVII en la que destaca su original y suntuosa fachada ajedrezada en donde alternan sillares de granito y de pizarra, junto con las columnas y pilastras que rematan en capiteles de estilo corintio y que terminan de decorar esta impresionante fachada. La gran bóveda octogonal de la única nave, así como la de la sacristía, su torre, los sepulcros de los miembros de la poderosa  dinastía de los Andrade y sus tres magníficos claustros son obras dignas de admirar en todo este rico conjunto artístico.






Al igual que en el monasterio de Caaveiro, las riquezas y propiedades de Santa María de Monfero se ampliaron gracias a las donaciones concedidas por varias familias. Ambos conjuntos monacales entraron en decadencia con la llegada de la desamortización; aunque, antes de este acontecimiento, ya llevaban sufriendo quebrantos económicos que, junto con la expulsión de sus religiosos, contribuyeron a su abandono. A pesar de estos hechos y de las cicatrices que el continuo deterioro ha producido en las dos arquitecturas hasta los tiempos actuales, ninguna de ellas ha perdido el esplendor ni la belleza de otras épocas.

No cabe duda de que de la presencia del mar y del río que desemboca en esta ría, surge una abundancia paisajística que transforma la villa eumesa y sus alrededores en lugares privilegiados. Los tesoros naturales y los valores artísticos e históricos de este espacio protegido convierten sus fragas en un ambiente  mágico, lleno de vida y, al mismo tiempo, en un entorno que posee la capacidad de detener el tiempo, un ámbito territorial idóneo para perderse en contacto con la naturaleza. Pero su fragilidad requiere una constante protección y un estricto respeto, pues se trata de uno de los destinos preferidos para muchos turistas y visitantes que se acercan hasta esta privilegiada comarca. Posiblemente también lo fue para el admirado Ramiro Fonte:

                                                “Xa o meu pensamento vaga
                                                 Ó poñerme a camiñar,
                                                 Fóra de tempo e lugar,
                                                 Pola milenaria fraga”.
                                                  ………………………
                                                 Xa non se ve o campanario
                                                (Perdeu as súas badaladas
                                                 Noutras antigas xornadas)
                                                Do cenobio solitario”.
    
                                                         (“Polas ribeiras do Eume”, Ramiro Fonte)