martes, 4 de septiembre de 2012

Los faros del norte de Galicia, destellos entre rías (IV)

Los destellos de A Costa da Morte.
Finalizo este extenso reportaje sobre los faros del norte de Galicia con el último recorrido desde las islas Sisargas hasta las Lobeiras, todo un hermoso itinerario por la atractiva y agreste Costa da Morte de Galicia.

Dejo atrás la ciudad de A Coruña para adentrarme, pues, en la magnífica belleza salvaje de A Costa da Morte.

Frente al litoral de Malpica, emerge del mar el archipiélago que algunos autores han identificado como las legendarias islas “Caesáricas”, conocidas como Sisargas. Concretamente, sobre la isla Grande se erige el faro de Sisargas, de mediados del siglo XIX. La leyenda cuenta que en estos islotes existió un templo consagrado a Hércules y altares dedicados al emperador César Augusto. Pero no se han descubierto restos arqueológicos que confirmen su veracidad. La única huella del hombre, en este bello paraje natural, es la luz del faro. Se trata de un sencillo edificio de planta rectangular con una torre de cantería adosada, de base cuadrada, y que responde a las pautas constructivas decimonónicas. Las duras condiciones climatológicas deterioraron el recinto, debiendo restaurarlo, en parte, en los años 70 del siglo XX. La abundante niebla que, en ocasiones, cubre este tramo de costa fue motivo suficiente para instalar también una sirena. Aunque el dispositivo ya ha dejado de funcionar, todavía se conserva lo que se denomina como la “Casa de la Sirena”, además de un pequeño helipuerto para mejorar las condiciones de traslado de los últimos fareros que residieron en la isla hasta el año 2000. Una visita a este archipiélago nos permitirá disfrutar de uno de los hábitats marítimos más interesantes de Galicia y lugar ornitológico de importancia.

 
 
No queda muy lejos Punta Nariga, en la parroquia malpicana de Mens, uno de los enclaves más salvajes de A Costa da Morte, desde donde podemos apreciar unas privilegiadas vistas de las islas Sisargas. Aquí, el solemne silencio sólo es roto por el batir de las olas contra los acantilados.
 
En este pedregoso cabo, de inmensos roquedos trabajados por la erosión que ha dado lugar a fantasiosas y curiosas formas, se levanta el esbelto faro de Nariga, referente de modernidad,  obra del arquitecto pontevedrés César Portela y que entró en funcionamiento en el año 1998. Este emblema monumental de la arquitectura farera actual y que rompe con el estilo unificador y despersonalizado de la época anterior, se edificó, junto con la otra torre ya mencionada de A Frouxeira, a partir del Plan de Señales Marítimas aprobado en 1985.
 
 
El edificio, que se integra perfectamente en el paisaje, está estructurado en tres cuerpos muy bien definidos: su torre de fuste cilíndrico y liso -para ofrecer menos resistencia al viento- realizada con bloques curvos de granito rosa de Porriño y que termina en una linterna colocada sobre montantes de acero y bronce, toda ella acristalada. Este fuste se erige majestuoso en la primera plataforma triangular -un mirador al que todo visitante puede acceder para contemplar un extraordinario paraje salvaje y marítimo- levantado, a su vez, sobre el cuerpo principal realizado con sillería gris de Mondariz que alberga el almacén, las instalaciones del faro y otras dependencias.  Bajo esta plataforma, se sitúa otro basamento, también triangular, en mampostería ciclópea, con uno de sus vértices dirigido hacia el océano y que, si se observa desde el mar, recuerda la proa de un barco intentando abrirse entre las rocas para alcanzar las aguas atlánticas. En ese vértice, además, se colocó la escultura de bronce de una figura fantástica del artista Manuel Coia, a modo de mascarón de un barco. Su clásico pero atractivo diseño, la alegoría simbólica que sugieren la torre representando lo estático y la proa de su plataforma aludiendo a lo dinámico, sus adecuadas soluciones constructivas y arquitectónicas, su proyección que abarca tradición y modernidad y su total integración en este impresionante paisaje, batido por el viento, lo han hecho merecedor del Premio Dragados y Construcciones de Arquitectura en 1996 que cada año lo otorga la Fundación Confederación Española de Organizaciones Empresariales.
 
 
Al igual que sucede en la punta lucense de Roncadoira, también la escabrosa y batida punta de Roncudo en Corme -siguiente parada por esta accidentada Costa da Morte- ha sabido mantener su topónimo aludiendo, posiblemente, al sucesivo bramido del mar y a la fiereza de sus aguas bravas. Las blancas cruces que se disponen por los roquedos de este agreste enclave son testimonios que nos hablan de la lucha por la vida. Y ha sido en este salvaje paraje, salpicado de rocas agujereadas por el viento, en donde, a comienzos del siglo XX, se tomó la decisión de instalar una señal luminosa, un faro sencillo, de forma cilíndrica cubierto en su exterior con plaqueta cerámica, con un sistema de alumbrado permanente y ya automatizado.
 
 
 
También en la ría de Corme, pero en su parte meridional, concretamente en la península de Ínsua,  al norte de la villa de Laxe, se proyectó, al mismo tiempo, la construcción de otro faro, el de Laxe, de reducidas dimensiones, réplica exacta del anterior. Su edificación vino motivada por la peligrosidad que suponían las temidas restingas y los bajos rocosos de esta ría, los fuertes temporales invernales, las nieblas, las corrientes marinas de la zona y el gran número de naufragios producidos en sus aguas.
 
 
Al cruzar la acogedora villa de Camariñas y atravesando el alto da Vela, llego hasta uno de los tramos más temidos de A Costa da Morte, pero también uno de los más hermosos: el cabo Vilán.
 
Aquí domina un auténtico paraíso salvaje de gran valor y es aquí también en donde, mecido por el viento, se erige el inconfundible y elegante faro decimonónico de Vilán, en toda su grandeza y espectacularidad.
 
Su historia ha estado marcada por destacadas circunstancias y vicisitudes constructivas. En el momento de planificar la edificación de esta torre, de primera categoría, hubo que enfrentarse al áspero y complicado relieve de esa península marítima constituida por varios promontorios rocosos -el principal de todos ellos llamado “Villano de Tierra”- y por un pequeño islote -denominado “Villano de Afuera”-. Descartada la posibilidad de ubicar el faro en ese islote, se estudia hacerlo en el “Villano de Tierra”. Después de barajar varios emplazamientos, se opta por construirlo sobre una meseta alejada de la punta del cabo, de fácil acceso y con bastante piedra de cantería en sus alrededores. Ha sido el ahorro de costes económicos lo que empujó al levantamiento de la torre en ese punto, sabiendo, incluso, que el pico más alto del cabo ocultaría la proyección de la luz hacia el norte; aunque se esperaba solucionar este inconveniente dinamitando la parte elevada del promontorio. La escasez de presupuestos conllevó que esta demolición se realizase en diversas fases y que la inauguración de la torre se atrasase. Una vez agotados todos los reales, y ante el gran volumen y dureza que ofrecía la roca, hubo que abandonar este desmonte sin poder eliminar el promontorio que obstaculizaba la visión de la luz y que, precisamente, señalaba la zona más peligrosa para los navegantes. Al mismo tiempo, la construcción del propio faro sufrió graves contratiempos originados por la mala calidad de la piedra del entorno -empleada para su edificación- y por las precarias condiciones de los trabajadores.
 
 
En el año 1854, el faro de Vilán entra en funcionamiento a pesar del serio problema  producido por la ocultación de sus destellos hacia el norte. Ante este inconveniente, se estudió la posibilidad de construir un nuevo faro en la plataforma que se formó tras los intentos de demolición de la peña rocosa del cabo, destruyendo el anterior para aprovechar sus materiales en la edificación de la nueva torre. Pero la lenta burocracia fue demorando el proyecto. Mientras tanto, se seguían produciendo desastres marítimos en estas peligrosas aguas, como el naufragio del buque inglés Serpent en el año 1890 que se dirigía a Sierra Leona. Sólo tres tripulantes se salvaron de un total de 175. Sus cuerpos recuperados fueron enterrados en la denominada explanada de Porto do Trigo. Aunque esos restos ya no descansan ahí, hoy todavía se conoce ese lugar de enterramiento como “O cemiterio dos ingleses”. Hasta hace poco se encontraba abandonado y olvidado; pero al cumplirse el centenario del naufragio, fue recuperado y convertido en una pequeña y simbólica necrópolis rectangular, en recuerdo no sólo de las víctimas de aquel mítico desastre, sino de todos y cada uno de los naufragios ocurridos por A Costa da Morte.
 
 
 
Finalmente, se toma la decisión de reactivar el proyecto de construcción de una nueva luz, planificando una torre de sillería de granito, de sección octogonal, de cinco plantas, y rematada en una cornisa voladiza sobre estilizadas ménsulas. En su parte este, se abre una hilera de cinco ventanas rectangulares. La falta de espacio en la base del nuevo faro ocasionó que las dependencias que albergarían las viviendas de los fareros se levantasen en el desnivel inmediato a esta pequeña meseta en la que se ubica la torre. Por ello, para poder comunicar ese edificio de servicios con la torre, se ideó la construcción de unas escaleras de subida en el interior de un túnel.
 
 
Este emblemático faro –el primero de luz eléctrica en España- se convirtió en aquella época en uno de los más potentes y de mayor alcance dentro del territorio peninsular y también europeo. Actualmente, se ha establecido en el recinto de torreros un  museo dedicado a los faros, a la conservación de sus elementos ópticos y eléctricos, a la historia de los naufragios y a las medidas de seguridad marítima.

 
Llego a Muxía. Me dirijo a la punta da Barca, un lugar de insólita belleza y en medio de una zona rocosa junto al borde del mar. Ahí, entre piedras santas, milagrosas y curativas, se erige el santuario marino de A Virxen da Barca. Muy cerca del templo, se levanta el faro de Muxía, una pequeña torre cilíndrica de hormigón, cuya función es la de iluminar la entrada de la ría de Camariñas.
 
 
 
En el caso de disfrutar de un día despejado, al fondo podremos vislumbrar el cabo Vilán.  Desde aquí es obligada la visita a la punta de Touriñán, situada en uno de los parajes occidentales más agrestes de A Costa da Morte, una salvaje e inhóspita lengua de tierra de unos dos kilómetros de largo, sin apenas vegetación y rodeada de rocas y espuma. Naturaleza abrupta en estado puro, todo un regalo para los sentidos.
 
 
Tratándose de una zona frecuentada por buques y teniendo en cuenta la peligrosidad de estas aguas y la cantidad de naufragios que se producían, se tomó la decisión de construir un faro de cuarto orden, que responde al modelo tradicional de arquitectura farera del siglo XIX, un edificio sencillo de planta rectangular con su linterna en el centro. En los años 80 del siglo XX, se realizó una reforma importante en esta obra para mejorar sus prestaciones, en proporción al riesgo que presenta este tramo litoral para la navegación. Se decidió construir otra torre, esta vez cilíndrica y de hormigón, con un diseño totalmente impersonal, cercana al primer edificio.
 
 
Continuando mi periplo por estos bravos parajes de A Costa da Morte, llego al fin del mundo romano: Fisterra. Visitar Fisterra, donde conviven arenosas y amplias playas junto con agrestes costas, requiere su tiempo. Después de caminar por las calles de esta villa, de visitar su puerto y los restos de su castillo sobre el mar, además de sus edificios religiosos, lo mejor es  dirigirse hasta el faro para conocer cómo era este Finis Terrae romano.
 
 
La carretera que conduce hasta la torre, una de las más visitadas de Galicia, sube por la parte occidental del monte Facho. El cabo de Fisterra, el lugar mágico en donde el cielo, la tierra y las aguas se confunden, siempre ha estado asociado a mitos, leyendas y antiguos relatos, como el que narra que fue en este peligroso promontorio, de paredes verticales que se precipitan hacia el mar, y ante la espectacular visión del sol sumergiéndose en las profundas aguas del Atlántico, en donde los romanos levantaron un altar dedicado a este astro y que se llamaba el Ara Solis.
De lo que no cabe duda es que esta temida punta ha sido uno de los principales referentes para los navegantes que se dirigían desde el Mediterráneo hasta el Atlántico, y para los buques procedentes de América. También la llegada hasta este paraje, por tierra, de una gran cantidad de peregrinos -como meta final del camino de Santiago, bien para visitar el Santo Cristo de Fisterra, o bien para quemar sus ropas, como símbolo de purificación de sus penas, mientras contemplaban el horizonte y la inmensidad del océano- le otorgó fama a este punto peninsular.
 
 
Es probable que, desde tiempos medievales y hasta el siglo XVIII, sobre el cabo se encendiesen fuegos, para guiar a los marineros. Estos fachos serían alimentados por solitarios ermitaños que vivían en pequeños santuarios construidos en las inmediaciones de este Finis Terrae. También existe la posibilidad de que aquellos fuegos se empleasen como avisos defensivos, advirtiendo a los lugareños de la llegada de naves enemigas.
Ya en el siglo XIX, y teniendo en consideración el importante papel que desempeña este promontorio, como referente para la navegación, se tomó la decisión de levantar un faro de primer orden que cumpliría en estas costas gallegas un relevante papel. El autor del proyecto fue el ingeniero Félix Uhagón que planificó una robusta torre de sillería de tipo troncopiramidal y de sección octogonal, situada en el patio de un sencillo edificio rectangular, muy similar a los faros construidos en aquellos mismos años como el de Vilán o el de Estaca de Bares. Su diseño nos recuerda la solidez de una arquitectura militar.
 
 
 
El faro de Fisterra fue el segundo faro gallego en alumbrarse tras el de Estaca de Bares. A finales del siglo XIX, se efectúan reformas en el edificio de los torreros, levantando una segunda planta con nuevas dependencias para el personal.
De nuevo, la automatización de la luz y los grandes avances en la navegación han sido los causantes del abandono de una gran parte del espacio destinado a vivienda de los fareros. Pero los trabajos de rehabilitación -realizados en los últimos años- han convertido este recinto en un centro cultural destinado a auditorio y exposiciones.
 
 
También en Fisterra se instaló una estación semafórica. La relevancia del enclave fue decisivo para emplazar el primer semáforo de Galicia, edificado por el Ministerio de Marina. Igual que el levantado posteriormente en Estaca de Bares, el semáforo de Fisterra tenía cuatro cuerpos. A su alrededor se proyectó una explanada con forma de cruz latina. El mástil semafórico se situaba sobre un pequeño montículo que se identificó como aquel Ara Solis de la Antigüedad. Con el desarrollo de los sistemas radiotelegráficos, la construcción cayó en desuso. En el año 2000, fue rehabilitado por el arquitecto César Portela para transformarlo en un establecimiento de hostelería que invita, a cualquier visitante que se acerque por este remoto confín, a disfrutar del abrumador paisaje atlántico.

El faro de Cee, de quinto orden -ubicado a la entrada de la ría de Corcubión y desde donde aprecio una preciosa estampa del monte Pindo, además de la ensenada del Ézaro y las pequeñas islas Lobeiras- y la torre emplazada, precisamente, en la isla Lobeira Grande del mencionado archipiélago completan una ruta imprescindible para el descubrimiento de los faros del norte de Galicia y de A Costa da Morte. La posición estratégica que ocupa esa isla en la ría de Corcubión ha sido el factor decisivo que impulsó el levantamiento de esta nueva luz que, junto con la de Cee, facilita la navegación por el interior de la ría evitando los peligrosos escollos que salpican sus aguas. En este islote rocoso, con forma de plataforma trapezoidal, y muy cerca de las ruinas de una fábrica de salazón que nunca llegó a funcionar, se yergue esta corpulenta y maciza torre troncopiramidal de sillería y de sección octogonal, contigua a la fachada posterior del edificio auxiliar para los torreros. El recinto está constituido por tres cuerpos rectangulares que nacen de un basamento superpuesto al relieve de la isla. Desde el mar, nos recuerda una fortaleza dominando el islote que ha sido declarado espacio natural protegido por el Ayuntamiento de Corcubión.


 
Faro de Cee

 
Faro de Cee

 
 
Illas Lobeiras

Faro de Illas Lobeiras

Faro de Illas Lobeiras

 
Un patrimonio marítimo como símbolo de identidad.
Tanto los bienes materiales marítimos como los inmateriales constituyen las señas culturales e identificativas de las sociedades marineras. Los faros -esos altivos vigilantes que se mantienen ahí, encendiéndose noche tras noche y diseñando itinerarios silenciosos de luz a través del océano- nos hablan de intercambios comerciales, de conflictos bélicos, de arquitectura, de etapas económicas, de historias particulares, del solitario y duro oficio del farero -hoy casi desaparecido-, de paisajes únicos, de oscuras leyendas que se han forjado en torno a los numerosos naufragios…. En definitiva, estas elevadas luces encaramadas sobre paisajes inolvidables son los signos de identidad que nos narran una manera de vivir.

    “Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
                                       oigo sus oscuras imprecaciones,
                                        contemplo sus blancas caricias;
                                        y erguido desde cuna vigilante
                  soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
                               por quienes vivo, aun cuando no los vea;…..
                                                                            
                                                            Luis Cernuda,  Soliloquio del farero”

 

 

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