sábado, 30 de junio de 2012

Las islas atlánticas, paraísos cercanos (IV)

Finalizo el amplio reportaje sobre las islas atlánticas, con el artículo dedicado a las fascinantes y sumamente atractivas islas Cíes.


Las Islas Cíes, paraíso de los dioses.
Surgen de las aguas como si se tratase de un temible castillo atlántico, dominando el mar y  dispuesto a defender la entrada de la ría de Vigo de la agitación del océano. Batidas por las aguas, golpeadas por el viento y adoradas por el sol, el visitante descubrirá un archipiélago constituido por pequeños islotes y por tres islas principales: la de Monteagudo -la más septentrional-, la del Faro o del Centro, y la de San Martiño.

Habitadas desde tiempos remotos, fueron ocupadas por poblaciones celtas. Las crónicas históricas afirman que Julio César puso sus pies en ellas. Plinio, el geógrafo latino, las llamó “Islas de los Dioses”. Otros autores clásicos las denominaron Illas Siccas (“islas áridas”). Para otros, son las legendarias e imprecisas Casitérides de la costa occidental en donde cartagineses y fenicios compraban estaño producido en Galicia. Corsarios y piratas, entre ellos el famoso Francis Drake, convirtieron estas islas en objeto de saqueo y en improvisados campamentos. Durante la Edad Media, una población, dedicada a la pesca y al cultivo de las tierras, las ocuparon; junto con los frailes benedictinos, como así lo demuestran los restos de los monasterios que existieron -el monasterio de San Estevo, en la isla del Faro, y el templo de San Martiño-. Debido a los ataques de las naves piratas, fueron deshabitadas en el siglo XVI. Pero en el XIX, se levantaron dos fábricas de salazón, y las islas se repoblaron por familias que procedían de Bueu y de Cangas. Ya a mediados del siglo XX, quedaron abandonadas definitivamente, habitadas sólo por los reptiles, las aves y la flora.

La isla del Norte o Monteagudo nos ofrece un impresionante litoral escarpado y abrupto. Es en ella en donde se perfila la mayor elevación rocosa, con forma piramidal, de este archipiélago. El sistema dunar de Figueiras-Mixueiro merece una visita. Desde ahí, podemos dirigirnos, por su parte septentrional, a la cima más elevada de la isla, al faro de O Peito, muy cerca de un observatorio de aves. Y es que la Unión Europea incluyó a las Islas Cíes dentro de la Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA).

La isla del Centro o del Faro se une a la isla de Monteagudo por medio de una escollera que forma una laguna intermareal, denominada Lago dos Nenos, y por los más de 1300 metros del arenal de Rodas, una playa de aguas limpias y transparentes y de arena luminosa que, como una  sonrisa pura o una blanca media luna, nace del mar, convirtiéndose en uno de los elementos turísticos más atrayentes de las Cíes. De hecho, ha sido considerada como la playa más bonita del mundo, según el diario británico The Guardian.




Tras este arenal, un pequeño y antiguo caserío, conocido como San Francisco de Afora, y que llegó a tener varias decenas de pobladores, hoy ya deshabitado, adorna con sus construcciones la ladera del monte.

En el sur de esta isla, una difícil y larga subida en zigzag encamina al visitante hacia el Faro de Cíes (cercano al otro faro construido en esta isla, el Faro de Porta, en Punta Canabal) desde el que se puede observar un espectacular conjunto paisajístico que abarca no sólo la bravura del océano sino también una asombrosa vista panorámica de Vigo, Cangas y Baiona; además  del Centro de Interpretación y Aula de la Naturaleza instalado en el interior del antiguo cenobio de San Estevo. Las obras de rehabilitación de este monasterio, para su nuevo uso, pusieron al descubierto una tumba antropomorfa que se puede visitar. Un cuartel de carabineros nos abstrae en historias de contrabando, actividad tan unida a estas costas; y un cementerio -al sur de la playa de Rodas-, en donde todavía se pueden observar tumbas con cruces centenarias para el descanso de los restos de los últimos vecinos fallecidos en la isla, nos sumerge  en las historias cotidianas de aquellos rudos isleños curtidos por el sol, por los trabajos y por los días.  El Muelle de Rodas, o los restos del castro, del siglo I a.C., ubicado en el lugar de As Hortas, en el lado izquierdo del camino que lleva al Faro, con su depósito de conchas y restos de sus muros y construcciones, son otros elementos que merecen una visita. Muy próximo al muelle, y hasta el mes de julio de 2008, todavía se levantaba un monolito de hormigón en honor al general Franco, construido por políticos simpatizantes de su régimen dictatorial, con motivo del veinticinco aniversario del golpe de estado. Pero ese horrible monolito ya ha sido, por suerte, derribado.



Un estrecho paso, de unos 500 metros de anchura, también denominado “O Freu da Porta” (como el canal que separa la isla de Ons de la de Onza) separa la isla del Faro de la del Sur o de San Martiño, que se encuentra en estado casi natural. Su playa del mismo nombre, de arenas finas y aguas cristalinas; los restos de un antiguo monasterio; un molino de agua; las ruinas de una fábrica de salazón y una cruz en Punta da Bandeira, que nos recuerda historias de numerosos naufragios, darán la bienvenida a todo visitante que se acerque a esta isla en estado casi salvaje.


El Faro de Bicos, en la parte meridional de esta isla, junto con el faro de Cíes y el de Porta en la isla de Monteagudo, se levantan alumbrando las noches y señalizando todo este extremo meridional del archipiélago. Y es que sus faros siempre han estado en alerta, avisando de los peligros que estas aguas transparentes esconden, como esas afiladas rocas, siempre acechantes, que se esparcen a su alrededor y que han sido las culpables de esos temibles naufragios. 

En estas islas, todavía se conservan especies vegetales que se han extinguido en las costas gallegas. Especies de sugestivos y curiosos nombres como la herba das pedras, la herba namoradeira, pirixel do mar, la estrelamar o la camariña se esconden por rincones y se esparcen por los llanos que interrumpen las escarpadas laderas.

No hay que olvidar el gran número de aves marinas que le dan vida a estas islas; aves que crían en las zonas occidentales, que se sustentan gracias a la riqueza que el mar les ofrece, aves que, con sus vuelos sobre las Islas de los Dioses, nos recuerdan que les pertenecen, convirtiéndolas, así, en un espacio de acceso restringido para poder garantizar su protección. Cualquier observatorio, natural u ornitológico, permite la observación de esta fauna compuesta, principalmente, por gaviotas patiamarillas –quizá la más importante colonia de esta especie de aves en el mundo-, cormoranes, araos,….. además de gran número de aves migratorias que han encontrado su refugio en los abruptos acantilados.

Todo este entorno natural se completa con los atractivos fondos marinos de gran riqueza, verdaderos tesoros botánicos y zoológicos, llenos de grutas o furnas esculpidas y excavadas por la fuerza del mar -como la Furna da Porta, la Furna do Inferno o la Furna do Cabalo-, o  el gran bosque de algas pardas que se cobija en estas aguas habitadas por centenares de especies marinas sin las cuales todo este ecosistema sería víctima de un grave desequilibrio. Además, la leyenda dice que los restos de un galeón español de la flota de La Plata, hundido a principios del siglo XVIII y cargado de otros tesoros, descansa en lo más hondo de estas aguas. Pero hasta ahora, nadie ha sido capaz de descubrir ni esa nave fantasma, ni los restos de las riquezas que transportaba.


Creo que no está de más recordar que espacio natural es igual a fragilidad. El valor de estas islas –que forman parte del Parque Nacional das Illas Atlánticas- va íntimamente unido a su nivel de conservación. Por ello, la visita a estos espacios naturales supone adquirir la responsabilidad de no molestar a la fauna y flora que nacen y se desarrollan en sus territorios y de no abandonar ningún tipo de desperdicio. Y es que no debemos olvidar la importancia que supone fomentar un desarrollo sostenible de la riqueza natural de Galicia para que subsista y pueda ser disfrutada por las futuras generaciones.

El 1 de julio de 2008, la Administración Central traspasó las competencias para la gestión de las Islas Atlánticas a la Consellería de Medio Ambiente de la Xunta de Galicia; gestión que se basará en la sostenibilidad y la preservación de los cuatro archipiélagos (Cortegada, Sálvora, Ons y Cíes) y en la mejora de los servicios que se les ofrecerá a los visitantes, entre los que se diseñará un plan de actuaciones medioambientales, creación de rutas terrestres y rutas arqueológicas submarinas, reforma de los faros, adaptación de caminos para discapacitados, entre otras. Coincidiendo con el traspaso de este Parque Nacional, estos cuatro archipiélagos se han convertido en el primer espacio marino español que se incorpora a la red OSPAR.

La tranquilidad que transmiten estos paraísos cercanos de gran espectacularidad, estos parajes primitivos y silenciosos -sólo rotos por los fuertes embistes de las olas y por los chillidos de las aves marinas-, hace que el tiempo se detenga. El olor a mar, la gran calidad de sus paisajes, de sus playas de arenas blancas y finas, la presencia de su gran protagonista y dueño indiscutible de todas estas islas -el fiero océano Atlántico- que, con la fuerza de sus aguas azul verdosas amenaza sus roquedos y esculpe sus costas y acantilados, son motivos más que suficientes para realizar una visita a cualquiera de estas cuatro joyas naturales que estimularán todos nuestros sentidos. El mismo Álvaro Cunqueiro imaginaba el día en el que el viejo Simbad volviese a las islas……



jueves, 28 de junio de 2012

El parque arqueológico de arte rupestre de Campo Lameiro

El paisaje granítico de muchos de nuestros montes gallegos está salpicado por rocas en las que aparecen grabadas figuras humanas, geométricas y de animales. Algunas de ellas representan símbolos con un carácter bastante enigmático, misterioso y difícil, aún, de precisar. Los autores de estos milenarios relieves fueron grupos humanos que, posiblemente, se establecían, temporalmente, por este rincón del noroeste peninsular.

La frecuente aparición de este arte rupestre ha convertido a Galicia en uno de los focos europeos más importantes de representación de petroglifos. Uno de los conjuntos más destacados de la comunidad gallega es el Parque Arqueológico de Campo Lameiro en la provincia de Pontevedra.

Los petroglifos.
Hace miles de años, aquellas pretéritas comunidades humanas nos legaron una cantidad muy considerable de misteriosas figuras, dentro de un catálogo temático más bien escaso, aunque no por ello irrelevante. Son relieves, muchos de ellos, de significado indescifrable, grabados, la mayoría, en rocas graníticas dispersas por el territorio gallego. Concretamente, en Campo Lameiro, conocido como la capital gallega del arte rupestre, hay catalogados más de 400 petroglifos. Círculos concéntricos, laberintos, cazoletas, espirales, trisqueles, esvásticas, zig-zags, cuadrados… constituyen el repertorio figurativo labrado en el conjunto de Campo Lameiro. Según los investigadores, las imágenes esculpidas en esas piedras eran un medio de transmisión de conocimientos e incluso complementaban al lenguaje oral.


El Parque Arqueológico de Campo Lameiro.
Abierto en el verano del 2011, este centro cultural del arte rupestre se crea dentro del programa de la Consellería de Cultura e Turismo denominado “Rede Galega do Patrimonio Arqueolóxico”. Esta “Rede Galega do Patrimonio Arqueolóxico” surgió con la intención de poner en valor, divulgar y proteger la gran riqueza arqueológica gallega a través de la creación de cuatro áreas temáticas que tienen su propio parque en cada una de las cuatro provincias gallegas: el mundo romano le corresponde  a Lugo, el arte megalítico a A Coruña, la cultura castrexa a Ourense y el arte rupestre de los petroglifos a Pontevedra.


El Parque Arqueológico de Campo Lameiro representa, pues, una de esas cuatro etapas de nuestra historia arqueológica más representativa. Nace, principalmente, con un doble objetivo: el de sostenibilidad, para trabajar por la adecuada conservación del patrimonio artístico rupestre, su posterior conocimiento y goce de las futuras generaciones, y con un fin divulgativo y de conocimiento: ofrecer una visión del contexto histórico y cultural en el que surgió, así como disfrutar de una importantísima herencia patrimonial artística, paisajística y natural.

Fue a comienzos del siglo XX cuando se empezaron a divulgar los relevantes petroglifos de Campo Lameiro que constituyen, a día de hoy, un más que destacable conjunto de arte rupestre al aire libre.
En la década de los 80 del siglo pasado, se trabajó para dar un nuevo impulso a las labores de divulgación y de acondicionamiento de estos grabados. Ha sido ahora, en estos últimos años, cuando surge, por fortuna, una preocupación por la conservación, la revalorización, la difusión y la adecuada gestión de nuestro patrimonio artístico y cultural, cuando se genera el acertado proyecto de crear este parque.

Hace, aproximadamente, un año, el magnífico “Centro de Interpretación e Documentación da Arte Rupestre” abrió sus puertas al público. Considero que se trata de un espacio sugestivo, interactivo, lúdico y muy atractivo, un espacio cultural para conocer, relajadamente, y de una manera didáctica, la vida y el escenario de aquellos antiguos pobladores de hace 4000 años, para disfrutar de su elemental pero simbólico arte interpretativo, elaborado en una de las etapas más atractivas y enigmáticas de nuestra historia. El edificio, que alberga las salas de la exposición, zonas para el uso público y las dependencias destinadas a las tareas de documentación y de investigación, ha sido recubierto por piezas de granito, otorgándole a la construcción el aspecto de una gran roca.



El espacio de este ambicioso e interesante proyecto se sitúa en el municipio pontevedrés de Campo Lameiro, a unos veinte kilómetros de la ciudad de Pontevedra.

Tuve la ocasión de visitar sus instalaciones, así como los grabados rupestres que se distribuyen en la zona anexa al aire libre, a principios de diciembre del 2011. Debo reconocer que el Centro de Interpretación me encandiló. Sus autores han sabido compenetrar perfectamente la exposición que se desarrolla en su interior con el área arqueológica. Como bien dice el libro-guía que adquirí; “…a visita concíbese como un percorrido único que participa dun mesmo discurso explicativo…”.

El recorrido expositivo.
La exposición del interior del Centro de Interpretación discurre a lo largo de ocho sectores o espacios expositivos: el dedicado a ofrecer una visión general de esta manifestación artística para relacionarla con otros espacios arqueológicos importantes en Galicia; el que nos muestra, a través de paneles y murales, una gran variedad de figuras de temática naturalista y motivos geométricos que aparecen grabados en las rocas; el que nos introduce en los primeros momentos de investigación de estos grabados rupestres en Galicia. Precisamente, este sector está dedicado a aquellos investigadores e instituciones –como la “Sociedade Arqueolóxica de Pontevedra” que, allá por el siglo XIX y principios del XX, trabajaron en el estudio de los petroglifos gallegos. Entre aquellos investigadores, la exposición nos presenta a Ramón Sobrino Buhigas, figura relevante en el estudio de los petroglifos, mostrándonos, además, la reproducción de su estudio en donde podemos contemplar algunos de sus objetos personales de trabajo.



Otro sector expositivo es el que se dedica a divulgar, a través de fotografías, audiovisuales, muestras microscópicas y maquetas, el sistema de trabajo de los arqueólogos, el registro de los grabados y el análisis de los indicios y pruebas en los laboratorios.

Otra zona expositiva, la más atractiva para mí, es la que nos permite asomarnos a la vida diaria de aquellos antepasados, conocer sus labores agrícolas, las técnicas empleadas en la industria lítica, en la fundición del metal, en la fabricación de cestos o de recipientes cerámicos, así como percibir sus creencias. En este pequeño rincón, podemos observar diferentes herramientas y otros utensilios que usaban en sus faenas agrarias, la reproducción parcial de una cabaña y algo que atrajo mi atención, sobremanera: la recreación de un pequeño enterramiento megalítico individual, a modo de caja pétrea, realizado con losas de piedras horizontales y verticales sepultadas bajo tierra.


Un sector más nos ilustra en las técnicas empleadas para la realización de los grabados sobre las piedras, mostrando réplicas de los utensilios que usaban para este trabajo, como los percutores de cuarzo, así como fondos gráficos y un documental para entender todo el proceso.

Otro espacio del Centro de Interpretación nos invita a disfrutar de los petroglifos más complicados y arduos, a través de grandes fotografías, en los que se representan escenas de caza y animales, mientras nos acompaña un pequeño grupo de ciervos, reproducidos a tamaño natural, así como un fiero guerrero que, dotado de la indumentaria adecuada, nos observa tras una vitrina.


Seguidamente, un sensacional y fascinante audiovisual proyectado en tres pantallas y que, en verdad, garantizo que vale la pena pararse a verlo, nos traslada a aquellos tiempos ancestrales.


Por último, un sector más de esta exposición intenta mostrarnos la delicadeza y vulnerabilidad de estas joyas pétreas y transmitirnos la importancia de su respeto, de su cuidado y de su conservación.

El recorrido por un paisaje cultural.
Una vez finalizada mi visita al centro de interpretación, recuerdo que lo primero que reclamó mi atención, en cuanto accedí al área arqueológica en sí misma, fue la reproducción de un laberinto construido en acero, una escultura dimensional a escasos metros de la parte trasera del edificio. Este laberinto invita a penetrar en él y a recorrerlo; aunque la que escribe, después de introducirse entre sus láminas de acero, finalmente, desistió y decidió saltar una de sus paredes exteriores, con una altura perfectamente adecuada para salir de él en caso de que la desesperación o bien cierta claustrofobia empiecen a superar a cualquiera. Lo aconsejo como una actividad verdaderamente lúdica y atractiva.



El terreno visitable ocupa casi unas 22 hectáreas. En todo este espacio se han diseñado plataformas de madera desde donde contemplar, cómodamente, algunos de los relieves y que, además, llegan a actuar como un impedimento que evita acercarse demasiado a cada roca lo que ayuda a una eficaz protección de los grabados. Se han trazado senderos e itinerarios diversos por donde transitar; se han colocado carteles orientativos, además de atriles informativos junto a cada uno de los petroglifos; y se han efectuado, también, labores de control de las especies arbóreas allí existentes.



Un buen número de petroglifos se pueden observar en todo este fascinante complejo museístico y de interpretación al aire libre. El recorrido se ha diseñado sobre un itinerario principal del que parten otras pequeñas rutas que nos conducen a las diversas áreas y estaciones que componen este magnífico parque. Animales, laberintos, y demás motivos naturalistas y geométricos suelen ser fácilmente observables.

Existen varias estaciones que nos ofrecen estupendos relieves como la “Laxe dos Carballos”, en donde un ciervo herido por lanzas es la principal figura; la Laxe da Forneiriña, constituida por las siluetas de varios ciervos, figuras geométricas y cazoletas; el Outeiro dos Cogoludos donde se presentan, también, imágenes de animales, formas geométricas y escenas de monta; el Outeiro das Ventaniñas, con motivos circulares y geométricos; otra estación denominada, de nuevo, el Outeiro dos Cogoludos, también con escenas animadas, siendo una de ellas la de dos animales apareándose; la Fonte da Pena Furada; el Outeiro da Pena Furada; la Laxe dos Cabalos donde, entre otras figuras, se aprecia una escena de equitación.

La perfecta y adecuada contemplación de éstas y otras manifestaciones de este atractivo arte rupestre dependerá del momento del día en que se observen, puesto que la incidencia de la luz influirá en su correcta visibilidad. Incluso con una adecuada luz, algunos de los relieves son difícilmente identificables, ya que el paso del tiempo y los fenómenos meteorológicos los han erosionado. Hay que tener en cuenta que muchos petroglifos han sufrido la degradación producida por la intemperie, por los incendios, por los agentes biológicos e incluso, por desgracia, por acciones humanas devastadoras y vandálicas, por lo que  se han ido degradando hasta su casi imperceptible visión.


Desconocemos el significado que encierra este arte rupestre, este lenguaje visual pétreo cargado de simbolismo, de interrogantes, de enigmas; en definitiva, rebosante de gran cantidad de información complicada y que originó una diversidad de interpretaciones y de líneas de investigación. Pero precisamente todo este halo de misterio que lo envuelve, invita a su disfrute, a recorrer toda esta área arqueológica, abundante en petroglifos. Se trata de un magnífico universo para contemplar un arte que se integra perfectamente en un espacio natural conformando un paisaje rupestre de gran relevancia y belleza, de una zona para pasear y para disfrutar, al mismo tiempo, de ese paisaje en donde nació esta manifestación artística.



El poblado.
Y, por supuesto, la entrada al recinto que acoge la reproducción del pequeño poblado de la Edad de Bronce es parada obligada. Desde mi punto de vista, es  uno de los elementos más atractivos y evocadores de todo el trayecto por el parque y que, además, lo complementa adecuadamente, ayudándonos a conocer aspectos constructivos y funcionales de las viviendas de aquellos milenarios habitantes.

El poblado está delimitado por un vallado de madera realizado con elementos vegetales. El acceso al interior del recinto está totalmente permitido y también la entrada a cada una de las construcciones habitacionales que lo conforman. Son pequeñas viviendas de planta ovalada o circular con una cubierta cónica, realizada con retama, y las paredes con argamasa de barro y paja. Otros elementos que completan el poblado son los cabazos, los lares y un curro.





Un espacio mágico e interactivo.
La puesta en marcha de todo este complejo cultural ha logrado no sólo crear un espacio lleno de contenidos didácticos, fuera de entornos académicos, sino que ha conseguido, también, valorar la inmensa riqueza cultural y artística que este paraje ambiental  vivo ofrece y transmite a todo aquel que quiera contemplarlo. Se trata, pues, de un contexto interactivo enfocado hacia un turismo cultural, un universo especial y mágico que nos ayudará a sumergirnos en un tiempo pasado, retrocediendo, ni más ni menos, que 4000 años, para conocer un poco la vida de aquellos pobladores, autores de un arte enigmático, de viejos y silenciosos discursos narrativos con un código simbólico difícil de interpretar, y que lo hace más atractivo si cabe. Sería una lástima que las futuras generaciones desconocieran este fascinante e inescrutable arte rupestre, esta manifestación cultural tan unida al paisaje y  a una memoria colectiva que le da, posiblemente, toda su razón de ser y de existir.

jueves, 21 de junio de 2012

Las islas atlánticas, paraísos cercanos (III)

Un paraíso en la ría de Pontevedra, el archipiélago de Ons.
Después de unos cuantos días sin publicar nada en el blog, retomo la entrega sobre las islas atlánticas. Esta vez es el turno de la preciosa isla de Ons.


Perteneciente al término municipal de Bueu, está formado por la isla de Ons al norte, alargada y estrecha, con un perímetro de unos 5 km. y la isla de Onza u Onceta, al sur, que no alcanza 1 km. -virgen en su totalidad-, además de un pequeño conjunto de islotes. Ambas islas están separadas por el estrecho Freu da Porta (del latín “fretus” que significa brazo de mar).

A principios del siglo XIX, un grupo de familias se trasladó a vivir a la isla de Ons. En aquellos años, el Marqués de Valladares era el propietario de este territorio insular, habiéndole arrendado las tierras a ese grupo de colonos que tomaron la decisión de establecerse en él. Con anterioridad a ese hecho, sólo los restos del castro y un sepulcro tallado en A Laxe do Abade revelan que esta isla estuvo ocupada, antiguamente, por otros moradores. Los illáns (así es como se conocen a los habitantes de esta isla) vivían, sobre todo, del marisco y de la pesca del pulpo que vendían en Pontevedra y en Bueu. Ya en 1970, comenzó su despoblamiento y el abandono de muchas  de sus 92 viviendas que son propiedad del Estado y que han pasan de padres a hijos por derecho consuetudinario. Actualmente, sólo 10 de ellas están habitadas todo el año.

La bella isla de Ons, con sus ásperas y sinuosas ondulaciones, sus entrantes y salientes en la parte occidental que se abre al océano, es propicia para la formación de enigmáticas cuevas terrestres y cavernas marítimas, que se conocen con el nombre de furnas, y que han dado origen a mitos populares y leyendas; mientras que su costa oriental que mira a tierra firme, está formada por playas solitarias pero acogedoras y de aguas pacíficas como Area dos Cans, Praia dos Cans, la paradisíaca Praia de Melide o la Praia de Pereiró.


La tranquilidad que se palpa en esta isla, junto con el alejamiento de las multitudes, invitan a disfrutar del sosiego y la calma que se respira en cualquiera de sus rincones.

En su máxima altitud, el Alto do Cucorno, se sitúa el faro, desde donde se aprecia una atractiva vista de todo este conjunto insular.


Un entramado de caminos y de pistas forestales la atraviesa desde cualquier punto. Al norte, nos conducen hacia el Monte Centolo, de gran atractivo natural y a la praia de Melide, la más grande de cuantas posee esta isla y la de arena más suave. Hacia el oeste, nos llevan hacia el faro y hacia sus peligrosos acantilados. Aquí, la bravura de las aguas se manifiesta en toda su grandeza y peligrosidad. Y si seguimos las sendas que se dirigen hacia el sur, llegaremos al espectacular y misterioso Burato do Inferno. Se trata de un gran agujero natural y muy hondo que comunica con el mar. La leyenda y la mentalidad isleña cuentan que, si te asomas a sus 40 metros de profundidad, podrás escuchar los terribles y descarnados gritos de las almas en pena que tienen que sufrir la condena eterna en el infierno. Pero estos tenebrosos “aullidos” tienen una explicación lógica: y es que las violentas aguas de esta parte de la isla y los fuertes embistes de las rugientes olas contra las rocas graníticas -cuando se producen las mareas vivas-, junto con los graznidos de las aves que anidan en las paredes de esta roca y el eco que se genera en su interior, provocan unos tenebrosos sonidos y rugidos que parecen voces humanas atormentadas procedentes, precisamente, de esos lugares tan profundos y siniestros del averno.

En la parte este de la isla, podemos visitar la acogedora aldea de O Curro, un pequeño conjunto de edificios, no lejos del muelle que, hoy en día, además de conservar una capilla, acoge los establecimientos hosteleros y otros servicios. A los pies de este antiguo núcleo poblacional, cuando la marea baja, podemos contemplar, en un islote rocoso, a unos 50 metros de la praia dos Cans, A Laxe do Abade, un enigmático sepulcro antropomorfo, tallado en lo alto de la roca, fiel testimonio de que, hace siglos, la isla de Ons estuvo habitada. Pero eso también lo atestigua el cementerio -desde donde se puede  contemplar una de las mejores vistas marítimas-, los restos de un monasterio y el Castro do Alto que todavía conserva parte de sus firmes murallas. Y ya al sur, se alcanza el mirador do Fedorento, desde donde podemos apreciar una magnífica perspectiva de la isla vecina de Onza, con un perfil amesetado y alto en el centro y con alturas más bajas en su relieve litoral. Toda ella se levanta cubierta por una vegetación densa y defendida por su costa acantilada. Sólo posee dos pequeños arenales: la Praia das Moscas al norte y Praia de Porto do Sol, en su parte meridional.






Próxima y última entrega sobre las islas atlánticas: las islas Cíes…

viernes, 8 de junio de 2012

Las islas atlánticas, paraísos cercanos (II)

Un paraíso  singular, el archipiélago de Sálvora.
Contiuando con las paradisíacas Islas Atlánticas, es el turno de la isla de Sálvora.


El archipiélago de Sálvora, constituido por un buen número de islotes y por su isla principal, la de Sálvora,  está situado en la parte occidental de la ría de Arousa. El ilustrado coruñés, José Cornide Saavedra, en 1764, escribió lo siguiente refiriéndose a esa hermosa  y peculiar isla: “Pudiera muy bien habitarse porque tiene agua de mediana calidad, y produce leña de toxo y mucha hierba; y si la cultivasen podría llevar todo género de semillas. Llevan desde Carreira (parroquia de Aguiño) a pastar los ganados en lanchas……El dueño de ella es don Jorge Caamaño, señor del coto de Goyanes, a quien se paga para que los ganados entren a pastar”.

Su costa es bastante accidentada, con rocas tapizadas de percebes, protegida por numerosos escollos que han sido los causantes de varios naufragios en sus aguas. Entre los más míticos y terribles, el naufragio del Santa Isabel en el que fallecieron 213 personas.

Cuando la marea baja, se puede apreciar la existencia de una piedra que permanece unida a la playa conocida como Praia do Almacén o del Castelo.  Sobre ella, se ha labrado la figura de una sirena que parece nacer de las mismas aguas y a la que se le ha dado el nombre de A Serea de Sálvora, símbolo mítico del linaje de los Mariños.



Esta isla, privilegio de la naturaleza, estuvo habitada por colonos hasta 1960. Un destacamento militar la ocupó, también, durante la primera mitad del siglo XX. Actualmente, está desierta. A lo largo de ese siglo, pasó por las manos de diversos propietarios. El visitante que acuda a ella se verá sorprendido, constantemente, por todo lo que ofrece: una pequeña aldea abandonada, formada por sus viviendas y demás construcciones adyacentes; una antigua taberna en donde los marineros mataban el tiempo jugando a las cartas y buscando conversación, al mismo tiempo que saciaban su sed con un vaso de vino, mientras forjaban diversas leyendas sobre la isla; la capilla de Santa Catalina; el faro en Punta de Besugueiros; una antigua fábrica de salazón de pescado que se ha transformado en un pazo para uso del personal del parque y para los visitantes; el muelle;  además de pinares y magníficos arenales con ricos fondos marinos que atraen a los aficionados del submarinismo; sin olvidar su fauna y flora de gran valor ecológico.






Continuará…