sábado, 5 de mayo de 2012

Pontedeume, la legendaria villa de los Andrade (I)

El centro antiguo y artístico de la histórica villa de Pontedeume se derrama por la ladera del mítico monte Breamo hasta desplegarse a orillas de la ría y encontrarse con el magnífico puente. Su característica ordenación urbanística de estrechas y rectilíneas calles que guardan intacta casi toda la reminiscencia medieval, sus edificios con corredores y balcones pintados, que conviven armoniosamente con abrigosos soportales y galerías, forman un conjunto arquitectónico junto a la desembocadura del río Eume que, después de recorrer uno de los bosques más bellos que posee Galicia, y como si de un rito funerario se tratase, vierte sus aguas en la bella ría de Ares.

“¿Quen pensa aquí nese arco
Onde o río se fai mar
E vai morrer xunto os barcos
Na hora de baixamar?”
                                             
                                                   (“Polas ribeiras do Eume”, Ramiro Fonte)

Ponte de Ume.
Costa y playas; arquitectura, naturaleza de interior y fragas son elementos relevantes que conforman la comarca del Eume. Entre sus cinco municipios, la legendaria villa de “Ponte de Ume”, enclavada  en el fondo de la ría de Ares, en el golfo Ártabro, y lugar de paso del camino inglés hacia la ciudad compostelana, representa un paisaje de acuarela. Sus magníficos atractivos turísticos, históricos y artísticos son todo un reclamo para acercarse hasta este escenario medieval en el que se impuso el poderío del linaje de los Andrade, más tarde absorbido por la casa de Lemos.

Aunque desde muy antiguo existen noticias y hallazgos que dan fe de la historia remota de este pueblo costero en las Rías Altas gallegas -así lo atestigua la existencia de restos de origen celta o bien las manifestaciones de la huella romana en la denominada villa de Centroña-, serán sus importantes vestigios medievales los que nos señalen la importancia del devenir de esta población que  fue fundada por el rey Alfonso X el Sabio.

Uno de esos elementos que marcan el desarrollo de este municipio es su emblemático puente que mantiene la esencia y los restos de aquella primitiva obra admirable de ingeniería civil del siglo XIV; aunque es probable que la historia de esta construcción se remonte a épocas anteriores. El nombre de esta pequeña villa monumental procede, precisamente, de ese puente sobre el estuario del río Eume, elemento esencial del paisaje que nos ofrece esta localidad, posiblemente una de las más hermosas de Galicia. El primer nombre que recibió este río fue el de Ume, derivando la denominación de la población en Ponte de Ume para convertirse, posteriormente, en Pontedeume.

Y es que Ponte de Ume puede presumir de haber tenido un puente de piedra mandado construir por Fernán Pérez de Andrade, calificado como “O Bo”, primer señor de la villa. En su momento, medía 600 metros de longitud y tenía 79 arcos que se levantaron para sustituir a otro viejo puente de madera.  Entre los arcos veinte y veintiuno, llegó a disponer de una capilla y un hospital que, durante casi 500 años, atendió a los peregrinos procedentes de la cercana población de Neda que, por el camino inglés, se dirigían hacia Santiago, para venerar y postrarse ante el apóstol. En el siglo XIX, esta importante obra de ingeniería fue derruida y se construyó otro puente nuevo.

No debemos olvidar que las leyendas, como parte de la riqueza literaria y popular, surten nuestro arte y nuestra historia de sucesos maravillosos. Y el puente sobre la desembocadura del Eume no podía ser menos. Cuenta, pues, la leyenda que esta magnífica construcción fue levantada por el mismo demonio en una noche. Ledán, un mozo de clase social inferior, y Minla, hija de los condes de Andrade, se habían enamorado. Pero una noche de temporal, Ledán murió ahogado al cruzar la ría para encontrarse con Minla. Ésta no pudo hacer nada por salvarlo. Se le apareció el demonio prometiéndole que, a cambio de su alma, levantaría un puente. Ante esta propuesta, Minla accedió, aunque poniendo como única condición que el puente tenía que estar terminado antes de la llegada del nuevo día para poder ver, por última vez,  el cuerpo de Ledán. Cuando faltaba el último arco por levantar, Minla consiguió cruzar la ría hasta la otra orilla y salvar su alma, a pesar de sentirse muy afligida por el amor perdido.


A lo largo de varios siglos, sólo se podía atravesar el Eume por este puente –que actualmente está formado por 15 arcos-, hasta que fue levantado otro más -el del ferrocarril- y la actual autopista terminada de construir hace muy pocos años. Llegado a este punto, no puedo dejar de invocar, de nuevo, unas breves estrofas del poema “Amigos”, del desparecido Ramiro Fonte, gran poeta del alma, oriundo de este  precioso pueblo coruñés, y en las que evoca, precisamente, su puente:

Viñestes de mar a mar
Desde o noso Pontedeume
Só para me visitar;
E por chorar a min deume. 

Os quince ollos da ponte
Contemplan desde o futuro
As novas datas de onte,
O meu presente inseguro”.

 Hasta hace un par de años, aproximadamente, o aquizá algo más, todavía se podían admirar las figuras de granito de un jabalí y de un oso, los símbolos de los Andrade que, como fieles guardianes de la villa, flanqueaban el puente. Parece que Fernán Pérez había decidido colocarlos entre los arcos 2 y 3 de esta construcción, como demostración de su poder. Desde hace un tiempo, se venía considerando que la contaminación producida por el humo de los coches provocaba su deterioro, por lo que el lugar en el que ambas esculturas estaban ubicadas, desde hace muchísimos años, no resultaba ser el más idóneo. Se tomó, así, la decisión de situarlas en los jardines de la casa de la cultura en donde permanecen desde entonces.


Aunque parte del casco viejo haya sufrido importantes incendios a lo largo de su historia, las llamas no han podido con la esencia medieval que pervive en cada rincón y que nos permite revivir su pasado mientras recorremos sus calles rectilíneas y callejuelas peatonales por las que resuenan los inconfundibles versos de Ramiro Fonte. Durante este itinerario por las rúas que ascienden, lentamente, hasta la iglesia de Santiago, tampoco se debería dejar escapar la oportunidad de contemplar edificios que, todavía, conservan sus escudos blasonados como manifestación de la anterior existencia de estirpes y sagas familiares que plasmaron sus bien patentes huellas en la historia de Pontedeume.

También sus plazas, como la del Conde, la de San Roque, la Real y la del Pan nos sumergen en viejos tiempos. En esta última, la del Pan, se puede admirar la curiosa escultura, en bronce, de una panadera que se erige, en una moderada belleza, como diosa de este alimento.






En los momentos en los que he callejeado por la villa, he tenido la oportunidad de contemplar edificios tales como el consistorial, del siglo XVII, en la llamada Plaza Real, una construcción civil que, a pesar de haber sufrido transformaciones, conserva su torre con el reloj y las campanas; o la Casa del Arzobispo Raxoi, datada en el siglo XVIII, que se caracteriza por poseer una fachada en la que se aprecian elementos arquitectónicos de influencia francesa y otros de la escuela compostelana; o bien la actual biblioteca municipal que ocupa el edificio de la Cátedra de Latinidad del siglo XVI. También son de obligada visita la capilla de las Virtudes, mandada construir por Nuño Freire de Andrade en el siglo XIV, aunque lo que podemos ver, hoy en día, corresponde a la reedificación que se realizó en los siglos XVII y XIX; o la actual Casa de Cultura, situada en el Convento de San Agustín de fábrica renacentista y fundado por Fernando de Andrade. Una vez que dejó de cumplir esta función monástica, sus dependencias se dedicaron a diferentes usos: fue escuela, cuartel e incluso cárcel.



Y ya en el mismo puerto, bañado por las últimas y tranquilas aguas del río Eume, en el que fondean pequeñas embarcaciones, se establecieron las antiguas lonjas, edificadas en la época del Arzobispo Raxoi para la salazón de la sardina y de otros pescados. Son construcciones de escaso valor artístico, pero de gran significado etnográfico, conocidas, también, como “Almacéns Vellos”. Han sido rehabilitadas para convertirse en sede de asociaciones marineras.

 Y, desde luego, destaco la imagen de la majestuosa iglesia de Santiago, del siglo XVI. Aunque el fundador de la capilla mayor renacentista fue el conde Fernando de Andrade, su impulsor ha sido el famoso arzobispo Raxoi, natural y benefactor de esta villa eumesa y uno de los mitrados que más influyó en la transformación de la ciudad de Santiago de Compostela, de la que fue arzobispo. Esta iglesia parroquial de Pontedeume, que llegó a tener cierta vocación catedralicia, posee una llamativa fachada  con unas torres de estilo barroco gallego que se erigen como magníficas atalayas sobre la población. En el interior del templo, además del retablo renacentista y de la bóveda, no hay que perderse el bien conservado sepulcro de aquel su primer impulsor, Fernando de Andrade.

Junto al atrio de la iglesia de Santiago, se conservan los restos de la antigua muralla que, en sus orígenes, tenía nueve torres y cinco puertas. Pero el crecimiento de la villa obligó a que esa muralla, levantada también en tiempos de Fernán de Andrade, fuese demolida. Hoy sólo queda un grueso lienzo. En ese punto, además, se inicia el camino que lleva hasta lo más alto del monte Breamo, evocador de leyendas artábricas, lugar en el que se erige la ermita de San Miguel de Breamo, de origen románico y de una sencilla belleza y en donde se disfruta de unas privilegiadas vistas de las rías de Ferrol, Ares y Betanzos. Lo ideal es realizar la subida, hasta este pequeño templo, a pie.

Está claro que Pontedeume puede presumir de ser una población en la que apenas se ha dejado sentir el mal de la especulación urbanística que, con sus ladrillos y cemento, ha invadido magníficos espacios de otros municipios gallegos. La villa ha conservado y creado ámbitos destinados a la contemplación, a la meditación, al descanso o a la práctica del ejercicio físico como sus jardines, la alameda de Raxoi o su paseo marítimo desde donde admirar no sólo un bello paisaje marino, sino también una preciosa estampa de embarcaciones y de mariscadores realizando las arduas tareas de su profesión en estas aguas atlánticas.


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