Mi paseo por la muralla.
Aunque la muralla de Lugo tiene
una considerable relevancia para ser estudiada de una manera independiente,
recomiendo que el visitante recorra el adarve en su totalidad, sin perder la
referencia con otros restos arqueológicos ni con el rico entramado urbanístico
de calles y plazas que conforman el centro histórico como una ciudad planificada,
pero adaptada al terreno que la alberga.
Y es que Lucus Augusti ordena su
conjunto de calles en una red de vías, posiblemente desde su pasado como
campamento militar. En esta distribución, el foro realizaría una función
primordial en toda la disposición espacial. Tradicionalmente, se consideraba
que su ubicación estaba en la Praza do Campo, corazón de la población,
lugar donde se celebraba el mercado y en el que se situaban los edificios
públicos más destacados. Hoy se ha convertido en un pequeño ámbito urbano
rodeado por casas señoriales con sus soportales, de estilo barroco, en cuyo
centro se sitúa la fuente, también barroca, de San Vicente Ferrer. Por otro
lado, documentos medievales parecen indicar la situación del foro en la actual Praza de España. Pero las intervenciones
arqueológicas, llevadas a cabo en los últimos años, ponen en cuestión estas
teorías, emplazándolo en la actual Praza
Maior.
Comienzo, pues, mi ruta en la Praza de Santa María, una de las más
atractivas de la ciudad; un monumental espacio urbano, conformado por el sobrio
Palacio Episcopal barroco y por los magníficos exteriores de la catedral. Este
templo religioso -de origen románico del siglo XII, pero con añadidos de
estilos gótico, barroco y neoclásico- es
una de las joyas arquitectónicas de la ciudad.
Desde ahí, me dirijo
hacia la Praza de
Pío XII, en donde una rampa me facilita el acceso al camino de ronda o Paseo da
Muralla que cubre todo el perímetro de esta corona de lajas de
pizarra y sillares de granito, cuya estructura interna es un relleno de tierra,
de piedras y de restos de construcciones. El recorrido por su amplio adarve,
realizado en el sentido contrario a las agujas de un reloj, ayudará, a cualquier visitante, a comprender
el desarrollo histórico, urbanístico y poblacional de Lucus Augusti. Todo su
atractivo pasado, desde el romano al moderno, sin olvidar el medieval, se puede
identificar en el armónico conjunto de torres, edificios religiosos y
señoriales, plazas y calles que configuran la ordenación urbana, salpicada por
alguna huerta, por jardines y fuentes. Una hora será suficiente para completar
este espacio, observando, al mismo tiempo, el paisaje urbano actual de la
ciudad desde esta magnífica atalaya.
Dejo la primera puerta, la de Santiago, también conocida como Porta do Poxigo, pues en épocas de
epidemias era la única entrada que se mantenía abierta. Tenía un postigo por la
que sólo podía pasar una persona. En una hornacina custodia la estatua ecuestre
de Santiago peregrino.
A mi izquierda, queda la parte
sur de la catedral y llego a la Porta do Bispo
Aguirre. Esta puerta, abierta a finales del siglo XIX, comunicaba el
seminario con el antiguo cementerio. Un poco más adelante, están el Círculo de
Bellas Artes y los patios del convento de los Franciscanos.
El antiguo Convento de San
Francisco -que todavía conserva la cocina, el refectorio y su elegante claustro
medieval- ha sido convertido en Museo Provincial, uno de los más atractivos y
entrañables que he conocido hasta ahora. Guarda en su interior importantes
colecciones de orfebrería prerromana y romana, restos arqueológicos, salas
monográficas de pintura, cerámica de Sargadelos, esculturas, colecciones de
numismática, de piezas de azabache, relojes, abanicos, sin olvidar los
interesantes mosaicos romanos descubiertos en la calle Armañá de la ciudad, ni
los tiernos dibujos de Castelao, además
de maquetas de construcciones arquitectónicas típicas de toda la provincia
de Lugo.
Retomando mi plácido y contemplativo
caminar por la ronda de estos muros, observo que, entre las viviendas y otros
edificios, se puede ver el reloj del Ayuntamiento, una de las obras más
representativas del barroco civil gallego, situado en la Praza Maior , junto a la Alameda ; y, detrás de él,
la iglesia de Santiago.
Enseguida me sitúo encima de la Porta do Bispo Izquierdo, también conocida
como Porta do Castelo, Campo Castelo, o de la Cárcel , abierta en el siglo XIX para facilitar
el paso del juez a la cárcel que se situaba extramuros. En esta puerta parece
que se ubicaba la denominada Torre de
Augusto, residencia del pretor. Delante de esta entrada, se encuentra la
plaza de la estación de autobuses lugar en donde, en el año 1986, aparecieron
los restos de una necrópolis romana.
En el año 1837, se construyó el
denominado Reducto Cristina,
siguiente tramo de mi recorrido, un baluarte angular y saliente, llamado así en
honor a la reina regente de aquel año. Se trata de la única alteración visible
en el trazado del complejo defensivo que esconde cuatro cubos, aunque,
recientemente, fueron recuperados, parcialmente.
A continuación, puedo apreciar el
único cubo que mantiene, aún en pie, parte de su torreón y que conserva dos de
sus cuatro ventanas. Es el tramo de la muralla conocido con el nombre de A Mosqueira en donde, junto a la Porta de San Pedro, denominada también Porta de Toledo o Toletana –pues, según unos, se trata de la puerta por la que los
mercaderes toledanos introducían sus mercancías; pero, según otros, el nombre
hace referencia al cercano lugar de A
Tolda, a donde se dirigía la vía que salía por ella- están los cubos mejor conservados de la
muralla. Al modificarse esta puerta,
a finales del siglo XVIII, desapareció la pequeña capilla de San Pedro que le
daba nombre y se colocó el escudo de la ciudad entre dos leones.
Después de pasar las escaleiras do Cantiño –usadas como
letrinas, durante mucho tiempo, por los habitantes de las casas vecinas-, llego
a la Porta da
Estación, abierta a finales del siglo XVIII con el fin de comunicar la
ciudad intramuros con la estación del ferrocarril.
Dejo a mi paso la parte trasera
del edificio de la Diputación Provincial
de Lugo y accedo a unas escaleras que me
llevan a la denominada Porta Falsa o
del Boquete, una de las más antiguas
de la muralla. Se trata de un angosto portillo, situado en la Praza do Ferrol, por la que se introducían
las sillas de correos. Además, para impedir que los enfermos del hospital de
San Bartolomeu y los soldados saliesen de la ciudad, se tapió en el siglo XVII,
dejando sólo una entrada angosta o boquete que se abría en determinadas horas y
que, hoy en día, da paso a los jardines de la plaza en la que se erige la
iglesia de San Froilán, el patrón de Lugo.
Continuo con mi recorrido y llego
a la Porta de
San Fernando, o del Príncipe,
construida a mediados del siglo XVIII, para comunicar la plaza de San Fernando
con la vía que conducía a A Coruña. El
nombre de Porta do Príncipe procede
del momento de su inauguración por la reina Isabel II; pues ésta llevaba en sus
brazos a Alfonso XII.
Después de otro breve trayecto,
llego a la Porta Nova -sirvió como
paso para la Vía XX que
unía Lucus con Brigantium y el golfo ártabro coruñés- que ha sufrido bastantes
modificaciones a raíz, especialmente, de las reformas efectuadas en el año
1900. Desde este tramo contemplo la rúa
Nova, una de las calles más típicas de Lugo y que me ofrece una imagen de
la ciudad con las torres de su catedral al fondo.
A continuación, y después de
dejar O Campo da Forca, la zona con
menos población de Lugo, paso por
encima de la Porta do Bispo Odoario, la más reciente de
todas ellas, abierta en el año 1921. Desde esta puerta y hasta la
Porta Miñá , la más antigua
y la única que todavía conserva su factura romana, recorro el tramo denominado Amea do Rei, en donde abundan los
bloques de granito y observo, de nuevo, la cercanía de las torres de la
catedral, edificio que se alza grave y majestuoso en toda la extensión urbana. La Porta
Miñá , denominada así porque mira hacia el río Miño,
también se llama del Carme, pues al
otro lado de la circunvalación, se sitúa la capilla que da lugar a su nombre. De
ella partía la Vía XIX que
se dirigía a Bracara Augusta. Una
placa recuerda la llegada del trovador medieval Fernando Esquío a esta ciudad a
través de ella, después de haber dejado a su enamorada en Santiago:
“Diréivolo eu, señora,
pois me tan ben preguntastes:
o amor que eu levei
de Santiago a Lugo,
ese me aduse e ese mi adugo”.
Esta entrada conduce al corazón
del casco viejo de la ciudad. Cualquier visitante se percatará de cierto
deterioro de esa parte antigua y, en concreto, del barrio de la Tinería , considerado,
hasta no hace mucho, “la vergüenza de Lugo”. Llegado a este punto, no he podido
resistirme a transcribir unos breves y curiosos párrafos descubiertos en un
viejo libro de los años 70, titulado “Guía
Secreta de Galicia”, de un tal Juan Soto, cuya lectura me provoca una
sonrisa y un especial divertimento. El, para mí, desconocido escritor, describe
este tradicional barrio con las siguientes palabras: “…..Es un barrio por el que, pese a su gran interés artístico
histórico, no pasan las excursiones colectivas, porque, se da la casualidad, de
que todo él está ganado para la lujuria” Y continua más adelante: “…En casi todas las casas hay un bar de
mujeres malas, coquetas, lascivas, pecadoras. Se abre después de comer y se
cierra a las tres de la madrugada. El precio de la consumición es ligeramente
más alto que en una cafetería normal. El precio de la “otra” consumición:
Trescientas pesetas (cama aparte)…….” Actualmente, los edificios viejos del
casco histórico de la ciudad y, concretamente, los de La Tinería son objeto de
actuaciones de rehabilitación integral. Ocultarán, pues, entre sus paredes,
aquellas atractivas historias llenas de “lascivia y pecados carnales”.
Una vez que dejo la Porta
Miñá , alcanzo el denominado Paseo dos Coengos, que recibe este nombre por ser el espacio
escogido por los sacerdotes de la catedral para practicar esa actividad. Es
aquí en donde, después de realizar este relajante y curioso recorrido por la magnífica
muralla de Lugo, me siento a descansar en los bancos de piedra, situados sobre
los cubos, mientras termino de apreciar toda la esencia de este monumento
bimilenario.
He llegado, así, al punto de
partida. Contemplo la fachada neoclásica de la catedral que se realizó a
finales del siglo XVIII para sustituir su anterior románica. Desciendo por la
misma rampa de la Porta de Santiago por la que subí y me acerco
hasta su bella puerta norte de estilo románico, decorada con un tímpano en el
que está esculpido un Cristo en Majestad y un bellísimo pinjante que representa
la última cena de Cristo. En su interior, lo más relevante son sus tres naves
románico-góticas, el triforio, el deambulatorio de estilo gótico, la Capilla de la Virgen de los Ojos Grandes,
y su coro barroco de madera.
Algo más que una muralla.
No hay que olvidar que, con el
transcurrir de los siglos, la muralla de Lugo sufrió diversas degradaciones y
agresiones –especialmente en sus cubos y torres- provocadas por la erosión del
clima, por las transformaciones urbanísticas y la intervención incontrolada de
la acción humana. Las excavaciones en sus muros para aumentar los predios y
pequeñas haciendas, el saqueo de sus piedras y los ataques bélicos
-principalmente durante el estallido de las guerras carlistas- provocaron que
sufriese diversas modificaciones en su fisonomía; sin olvidar la contaminación
y el tráfico constante que, diariamente, colaboran en su degradación. Se calcula que la muralla original perdió
alrededor de una tercera parte del volumen construido. A pesar de todos esos
ataques y de la deficiente planificación urbanística –como el levantamiento de
edificios de altura excesiva que ha contribuido a la descontextualización de la
fortificación romana-, la ciudad de Lugo puede enorgullecerse de haber sabido
preservar su gran joya artística e histórica que, por si sola, justifica un
viaje hasta esta ciudad. La muralla posee la característica de haber sido capaz
de integrar su uso social, poderosamente arraigado en la comunidad luguesa, con
su importantísimo valor patrimonial.
Después de ser transferida por la Administración Central
del Estado a la Xunta
de Galicia, en la actualidad, la titularidad de la muralla recae en la Comunidad Autónoma
Gallega.
Así pues, este bastión defensivo,
una de las más importantes y meditadas obras de ingeniería militar de la
civilización romana -perfectamente planificada tanto en los elementos
arquitectónicos empleados como en las técnicas constructivas y en su trazado-,
ha logrado conservarse para su contemplación y admiración por parte del mundo.
Constituye un conjunto único, tanto por su buen estado de mantenimiento como
por su monumentalidad. Su relevancia histórica –dentro de unas circunstancias,
un momento y un lugar-, junto con su valor turístico y patrimonial no dan lugar
a dudas, estando más viva que nunca en el devenir de los lucenses,
convirtiéndose en una importante referencia y en la representación más
emblemática para la ciudad.
Todo visitante que se acerque a
Lugo, para conocer su muralla y demás valores históricos y culturales que esta
atractiva ciudad ofrece, no debe olvidar realizar una visita al “Centro de Interpretación da Muralla”,
que se ha denominado como la “undécima puerta” de este recinto. Está ubicado en
la preciosa y céntrica Praza do Campo en
un edificio del siglo XVIII. Su objetivo es revitalizar y poner en valor no
sólo la muralla, sino todo el patrimonio arquitectónico, histórico y cultural
que alberga la ciudad de Lugo. Y es que Lucus Augusti es mucho más que una
muralla; es la memoria histórica de un pasado que pervive en cada rincón de la
ciudad. Desde que la UNESCO
incluyó a este recinto fortificado en la lista de Patrimonio de la Humanidad , la pequeña
ciudad de Lugo se ha convertido en una de las grandiosas urbes europeas,
gracias a estas resistentes piedras que han soportado el paso del tiempo y que
la singularizan y la convierten en única.